La primera vez que llegué a Sevilla era junio de 2016, hacía un calor que aplastaba, tenía fiebre, estaba agotada y con pocas ganas de ver nada. Era un viaje de final de carrera que había empezado en Oporto, pasado por Lisboa y Algarve y acabado en casi muerte en aquella ciudad en la que estaríamos dos días. Llegué sin ninguna expectativa que es como mejor se puede llegar a un sitio porque cualquier cosa que ocurra va a ser algo inesperado, ni mejor ni peor pero al menos no te lo esperas.
Bailaban porque estaban enamorados
Bailaban porque estaban enamorados
Bailaban porque estaban enamorados
La primera vez que llegué a Sevilla era junio de 2016, hacía un calor que aplastaba, tenía fiebre, estaba agotada y con pocas ganas de ver nada. Era un viaje de final de carrera que había empezado en Oporto, pasado por Lisboa y Algarve y acabado en casi muerte en aquella ciudad en la que estaríamos dos días. Llegué sin ninguna expectativa que es como mejor se puede llegar a un sitio porque cualquier cosa que ocurra va a ser algo inesperado, ni mejor ni peor pero al menos no te lo esperas.