Lo siento, no tengo un relato continuado, pero estos son los retales de una semana poco inspirada:
Escribir es mágico. Esto que lees hace minutos no existía y ahora se ha convertido en una historia. En la que yo quiera. Ese es su poder. Estoy leyendo una recopilación de artículos de Malena Pichot y he marcado: “escribo porque no puedo dejar de hacerlo”. Es exactamente esto.
Deseo más que nunca lo simple. Si es que no, que me lo digas. Si dudas que hablemos. Si es que sí, que apostar sea lo sencillo. Que dé sólo un poco de miedo.
Yo pensaba que lo difícil era encontrarse. Pero te puedes encontrar con alguien, conectar en ese espacio mental reservado a poquísimos y estar en momento vitales diferentes. Coincidir en mayúsculas son las tres.
¿Qué es el amor? Marta Jiménez Serrano dice en ‘No todo el mundo’ algo así: “acaso el amor sea la capacidad de que la conversación siga siendo interesante”.
Las conversaciones complicadas son como un buen cepillo: deshacen nudos. Ellas se encargan de los de la garganta.
Pensaba en la sensación de calma cuando llego a casa y veo a mis amigas y es como si el tiempo no hubiese pasado. Como si tuviésemos quince años. Pienso en mi fuego interno que me empuja a moverme y en la comodidad tan incómoda de parar más.
Enmarcaría en una foto fija en mi mente el sofá de mi casa el domingo con todos mirando la Fórmula 1, comiendo palomitas y comentando lo que se nos ocurriese.
No es lo mismo querer algo que quererlo ahora. Y eso es lo que hace que ocurran o no según qué cosas.
Cuando ayer me enfrenté al papel en blanco creía que no tenía nada que contar, pero luego escribí y escribí porque no puedo dejar de hacerlo.