Iba montada en el autobús de vuelta a casa cuando me encontré, al lado de una parada, a una pareja peculiar. Ella parecía su hija y él un padre ya mayor, en silla de ruedas, que intentaba comer helado con dificultad. Ella le ayudaba y le hacía reír y había una complicidad que se palpaba en el aire. En la parada del autobús esperaba un hombre que llevaba a un bebé dormidísimo en brazos y una mochila en los hombros. Había otro que parecía venir de una obra con los pantalones llenos de pintura y una abuela con la nieta de la mano.
Ahí me quedaría
Ahí me quedaría
Ahí me quedaría
Iba montada en el autobús de vuelta a casa cuando me encontré, al lado de una parada, a una pareja peculiar. Ella parecía su hija y él un padre ya mayor, en silla de ruedas, que intentaba comer helado con dificultad. Ella le ayudaba y le hacía reír y había una complicidad que se palpaba en el aire. En la parada del autobús esperaba un hombre que llevaba a un bebé dormidísimo en brazos y una mochila en los hombros. Había otro que parecía venir de una obra con los pantalones llenos de pintura y una abuela con la nieta de la mano.