Ahí me quedaría
Iba montada en el autobús de vuelta a casa cuando me encontré, al lado de una parada, a una pareja peculiar. Ella parecía su hija y él un padre ya mayor, en silla de ruedas, que intentaba comer helado con dificultad. Ella le ayudaba y le hacía reír y había una complicidad que se palpaba en el aire. En la parada del autobús esperaba un hombre que llevaba a un bebé dormidísimo en brazos y una mochila en los hombros. Había otro que parecía venir de una obra con los pantalones llenos de pintura y una abuela con la nieta de la mano.
Al final del día se ven escenas que dan pistas sobre la vida de las personas y yo, que soy curiosa por naturaleza, siempre ando pensando cómo vivirán o qué es lo que les hace sonreír. No pude evitar pensar en tantas realidades distintas que, de un modo u otro, me hacen sentir admiración y sustituyen al rechazo en cuestión de instantes. Porque admiro al que hace sonreír y acompaña cuando la luz empieza a apagarse, al que tiene dos trabajos para poder llevar a su casa una vida mejor, al que lo ha intentado y ha perdido y aun así se levanta todas las mañanas. Admiro a los que trabajan en hospitales, pero también a los que barren los restos de la fiesta de los demás. Al desconocido que te atiende con complicidad, al que es amable por defecto y no al revés. Admiro a los que hacen, a los que buscan, a los que se emocionan, a la gente que se alegra por los éxitos de los demás, a los que ayudan sin que se lo pidas, a los que piden ayuda. A la gente que crea, que me evade y me pinta el mundo de colores. A los que prefieren la honestidad y la practican. A los genuinos.
A los que acaban encontrando y deciden con todas las consecuencias.
En la misma parada de autobús, todavía rodeada de abuela-nieta, bebé, padre-hija comiendo helado pensé que a veces congelaría mi vida porque el tiempo va a una velocidad en la que no me es posible asumir que todo está ya pasando, que ya pasó. Me asusta el futuro, no por la incertidumbre sino por la pérdida inexorable, inevitable, inescapable. Que no seremos aquí, que no seremos los mismos, que habrá cosas que quedarán en el camino. Comprendo que funciona así, que es el trato que hacemos con el universo para poder existir. Que el hecho de que existamos implica que algún día dejemos de hacerlo. Pero a veces simplemente siento que me quedaría.
Decía Almudena Grandes que “no hay amor sin admiración”. Ahí me quedaría.
Y hay, definitivamente, mil formas de quedarse.