Cuando llegamos el domingo a Uluwatu para encontrar el hotel había que, literalmente, bajar los escalones de un acantilado. En la habitación las paredes eran las rocas por un lado y los cristales con vistas al océano por otras. Era como dormir en una cabaña del árbol a metros del agua.
Adiós, tormenta
Adiós, tormenta
Adiós, tormenta
Cuando llegamos el domingo a Uluwatu para encontrar el hotel había que, literalmente, bajar los escalones de un acantilado. En la habitación las paredes eran las rocas por un lado y los cristales con vistas al océano por otras. Era como dormir en una cabaña del árbol a metros del agua.