Una conversación en siete actos
Hablo con ella a las mil, y ni siquiera, es curioso, nos tenemos en WhatsApp. Las conversaciones suceden siempre por mensajes de Instagram que de repente se convierten en diálogos bomba que me dejan un sabor de boca maravilloso. El de aquel que acaba de recibir un chute de energía de la buena. Así que Lala, vas a perdonarme, pero esta carta (sé que las lees) está completamente inspirada en una de nuestras conversaciones que no se pueden compartir:
I.
El otro día me pasaron esta canción. Se llama ‘El Faro’, de Paco Bello, y es poesía con música, pero, al fin y al cabo, poesía. Ahí acabó todo, que en realidad solo había acabado de empezar.
II.
Supongo que para hablar de expectativas, una solo puede hablar de las propias, de las que se genera y se construye, pero que resultan ser un castillo de naipes que se desmonta al mínimo soplido.
III.
No te hagas ilusiones. Es posiblemente la frase que más me han repetido como fórmula mágica para evitar la tristeza. Yo lo he llamado “tristeza preventiva”.
IV.
Quiero hacérmelas. No deseo nada en mi vida que no me haga ilusión. A la mierda. No deseo a nadie con quién no pueda ilusionarme. Hablo de amor romántico, de amigos nuevos y viejos, de cambiar de casa, de dejarla, de montarme en un avión al otro lado del mundo, de subirme en un coche para ir al pueblo de al lado, de proyectos, de lugares que ver y de libros que escribir. Que no cuenten conmigo para estar triste ya antes. Que no cuenten conmigo para disfrutar solo una mijita. Quiero la tarta entera. Quiero empacharme. Quiero que me duelan los pies.
V.
La creencia de que algo irá bien mueve el mundo. No hay nada más sobrevalorado que el escudo en una guerra que no es de nadie.
VI.
Quiero creérmelo. Me lo creo. Me quiero ilusionar hasta el final.
VII.
La canción dice que el cielo es cosa de los vivos y solo se llega viviendo.
Y aunque tenga pánico a veces, mi respuesta es siempre la misma: que vale, que vamos a ello.