Escribo esta carta en una mesita de madera delante de un ventanal con vistas a las montañas patagónicas. Cuando te vas aproximando a este paisaje empiezas a darte cuenta de lo pequeñito que eres en comparación de tierras infinitas y montañas que rozan el cielo. El azul de sus lagos, al que bauticé como azul patagónico, te hace pensar si hay algo más poderoso y bello que la naturaleza. Cuando te asomas a un glaciar tú mismo ya eres capaz de responderte que no.
Hoy amaneció nublado y las nubes bajas tapan el Fitz Roy. El Chaltén, el pueblo en el que me encuentro, es tranquilo y está repleto de senderistas incansables. Está aislado, sin apenas señal y con muchos restaurantes que preparan carne y pizzas caseras para después de la aventura.
Nosotros tomamos un vino “del fin del mundo” mientras el sol se ponía sobre las 10 de la noche. El cielo se pintó de rosa, naranja y púrpura y las nubes se desdibujaban y se expandían creando la imagen perfecta, la surreal, la que te hace parar para darte cuenta de dónde estás exactamente. Nunca había estado tan al sur, nunca en mi vida en un punto tan austral.
Ayer subí hasta la Laguna de los Tres en un trekking que duró aproximadamente siete horas. Iba con dos amigos con más experiencia y ellos tiraron rápido, de manera que la subida final, en la que queda una hora de pendiente hasta arriba, la hice sola. No es difícil pero es dura, subes entre piedras y el camino parece no acabarse. Solo llegas si logras ser constante: se trata de consistencia, no de rapidez. Así que sigues, sigues y lo haces. Y cuando llegas, ante ti hay una laguna que parece de cristal y una cima colosal.
El rato subiendo me dio por mirar a los que también subían conmigo, todos con idénticas caras de esfuerzo. Y empecé a observar mejor los árboles, verdes brillantes, los matorrales de colores cambiantes, alguna flor que parecía haberse escapado, un pajarito como una cresta graciosa, el cielo, las montañas de alrededor.
Llegar a la meta es el éxtasis y te asalta una satisfacción interna que tiene que ver con la superación. Arriba tú estás media hora pero te pasas más de 4 horas subiendo y otras 3 horas largas bajando. Por eso pensé que en realidad lo que habíamos hecho era más un recorrido, no una visita. Que la meta te da el golpe de felicidad, pero necesitas, por fuerza, disfrutar de ese camino lleno de piedras. Subir y bajar con la misma energía. No existe lo uno sin lo otro.
Arriba nevó. Y al bajar llovió. Nos llenamos de barro. Atravesamos bosques con árboles gigantescos, ríos helados.
Si esto es el borde del fin del mundo, tenemos en la tierra el mejor final de todos. Qué suerte que esto exista y qué suerte estar viéndolo ahora mismo.
En la pared del restaurante ponía: “si no vas, nunca llegas”. Entiéndelo como quieras. Feliz viernes.
Si queréis ver la Laguna de los Tres, os dejo Google. Pero mi foto es el homenaje a todo lo previo y a todo lo posterior:
Que lugar tan bonito. Eres una afortunada!