Pegado en la piel
Pido perdón pero en realidad no tanto: me he pasado los últimos cinco días sin abrir la pantalla del ordenador y he sentido la libertad del desapego a la pantalla. Iré por fases: esta semana, el viernes, volverás a recibir una carta solo sobre la costa de Oaxaca, pero en estas postales semanales no podía saltarme Ciudad de México.
Cada barrio parece un pequeño pueblo en el que se multiplican las cafeterías bonitas y las taquerías. En las esquinas te esperan puestos de comida y si estás dispuesto a jugar puedes divertirte probando mil sabores que nunca antes. Tú pensabas que conocías la cocina mexicana y acabas comiendo unas gorditas con papa y chicharrón y replanteándote tu existencia hasta ahora.
Las galerías de arte se multiplican: visité una exposición preciosa sobre casa y hogar y sobre las conversaciones que enterramos porque duelen. Acabé hablando con el artista y pensando que Ciudad de México también era uno de esos lugares en el que puede pasar de todo cuando sales de casa y estás abierto a que suceda. Todo entre cafés y cócteles de tequila o mezcal, comidas de cuatro horas, una luz arrolladora y las mejores conversaciones: las de aquellos que viven con intensidad —sea la que sea, la suya—.
Fui a un 15 años y acabé cantando RBD, en realidad, cantándolo todo en una noche en la que volvimos a la adolescencia y salimos a las 7 de la mañana capturando una foto con cara de muertos felices. Fui a Coyoacán y toqué las paredes de la casa en la que vivió Frida. Los adoquines y los colores eran una composición casi teatral de un barrio que hervía en su mercado de domingo. Me acabé comprando un sombrero nada práctico pero precioso para acordarme siempre de que un día paseé por aquellas calles y de que, insisto, no tenemos que hacer cosas prácticas siempre.
Desayuné por primera vez chilaquiles en una esquina en Parque México (Maque, apuntad) y sentí una paz familiar. Como si la ciudad abrazase con su siempre-primavera y su color anaranjado de viernes. Me acordé mucho de la película Roma, de sus pausas y de su blanco y negro: quise pensar que la grabaron así porque querían mantener el secreto, para que vengas tú y lo descubras, para que te comas tus prejuicios y todos sus tacos, para que el misticismo se te pegue en la piel, para que no tengas que comprender, sino sentir.