No tengo más prisa
No tengo más prisa que la de saber que el tiempo que pasa, no vuelve. No tengo más prisa que la de agarrar cada instante, no para hacer que dure siempre, sino para saborearlo cuando ocurre. Últimamente mi vida es una montaña rusa que no entiende de rebajar la velocidad, pero cada vez aprecio más los silencios cómplices y esas ganas de hacerlo a fuego lento, de saber que así se puede disfrutar del proceso, de recorrer cada peldaño con consciencia y decisión. No tengo más prisa que la de seguir conociéndome para reconocerme en el espejo y sentir que es por aquí.
No tengo más prisa que la de alimentar solo lo que me alimenta y lo que consume dejarlo que se consuma, pero no a mí. Sin prisa para volver a empezar, para renacer de lo que fui, para crear lo que soy y para inventarme lo que seré. No tengo más prisa que la de quemar cartuchos porque en el ejercicio de la valentía hay que estar dispuesto a perder.
No tengo más prisa que la urgencia de lo único, que entender que lo que se pierde se ha perdido. No tengo más prisa que la de querer llenar constantemente los ojos de brillo, el estómago de nervios por lo que venga (lo bueno), que la de abrazarte hoy que mañana quién sabe. Sin más prisa que la que arrolla, la que atraviesa, la que te recuerda que te creas eterno, pero te sepas finito.
Prisa para alimentar una vida lenta, que viaje de la mano con lo que eres, sin máscaras, y con una búsqueda constante de lo que puedes ser.