Menos en las nubes, más en el asfalto
El otro día me senté a hablar con Nicia. La conocí porque es la hija de los dueños del lugar en el que me quedo en Bali y ella fue la que vino, con su hermano, a recogerme al aeropuerto cuando llegué.
Me está gustando esta segunda estancia en Bali porque voy menos deslumbrada y más presente. Menos en las nubes y más en el asfalto. Quise entrevistar a Nicia porque me moría de curiosidad por saber cómo era una chica de 24 años balinesa cuyo pueblo se ha convertido en uno de los epicentros del turismo mundial. Cuando hablaba con ella pensaba también en el mío, en esa pertenencia a lo propio y a las costumbres que por mucho que todo cambie permanecen como un mástil de certeza. Me dijo que quería quedarse para siempre en Canggu y yo envidié secretamente su claridad.
Nos quedamos hablando un rato más y a pesar que a veces el idioma se nos complicaba me hubiese quedado escuchándola horas. Si la naturaleza me deja sin palabras, estas conversaciones me dan ganas de seguir hablando con personas diferentes toda la vida.
Ocean Vuong en su libro desgarrador —que estoy alargando— dice que al ser humano le obsesiona replicar la belleza (en fotos, en pinturas, en jarrones). Pensaba en todos los rituales que Nicia y su madre preparan cada mañana, en las ofrendas perfectamente dispuestas, en su esmero. Pensaba que la replicamos, la belleza, porque es casi inevitable esta perpetua búsqueda de lo que nos hace bien. Lo bello.
Me venían ráfagas, como en imágenes, de las veces que nos dicen que sí y de todas las otras en la que nosotros decimos que sí. En la sinceridad como bandera. En usarla (leído en Twitter) como linterna y no como revolver. En replicar la belleza con nuevas conversaciones que, sin ser las viejas, son y por eso sirven. En las palabras cálidas. En la complicidad que puede surgir entre dos desconocidos. En el refugio de lo que sí enfrente de la tempestad de la negativa.