Los mejores 10 minutos
La distancia que separa una casa de la otra es de apenas 10 minutos a pie. No hay aceras y pasas de la arena del mar al asfalto y del asfalto al césped. Cuando giras la primera esquina dejas a tu espalda la playa pero no su sonido ni su olor. Todavía no entiendo por qué pero esos son los 10 mejores minutos del día. La luz del atardecer baña las copas de los árboles, que son altísimos y se mecen con el viento, y me rodean los que vuelven de la playa, en chanclas, con bolsas, sombreros, gafas de sol en la cabeza… Dos niños van chutando un balón y otros padres cargan el maletero. Vamos todos llenos de arena hasta las rodillas.
Me adentro en una zona ajardinada, parece un bosque, con casas bajas, y tan solo interrumpen la calma algunos coches con las ventanillas bajadas que me encanta imaginarme que están saliendo a cenar a cualquier lado y los supongo felices, despreocupados, sin importar que sea martes: es que es verano. En el tramo final me fijo en las casas, ya con luces en las terrazas, ya iluminadas y con algo de jolgorio. Huele a asado y a ganas de pasárselo bien.
Hay caminos cortos que llenan el alma en un suspiro. Que son cómplices, que marcan la senda de los demás, que te hacen sentir que estás ahí, justo ahí.
Estoy volviendo a casa tan lejos de casa. Y es curiosa la paz que siento en este tramo de apenas 10 minutos.
Quizás los caminos que tenemos que empeñarnos en recorrer son los que se parecen a las tardes de verano en las que somos capaces de cerrar los ojos para concentrarnos solo en lo que tenemos delante, en las que sentimos que todo está a punto de ocurrir, que está ocurriendo.
En los que entendemos que la vida es más parecida a este recorrido con sabor a sal, a punto de caer la noche, habiendo pasado horas haciendo lo que queríamos donde queríamos. No se pueden infravalorar, bajo ninguna circunstancia, 10 minutos capaces de cambiar un día ni tampoco las vueltas a casa porque ahí al que te encuentras es a ti, da igual lo que estuvieses buscando.
Ya lo entiendo.