Los huecos en la mesa
La mesa que antes estaba llena, repleta, ruidosa, caótica, ahora está serena, ordenada, demasiado limpia, silenciosa. Si me lees desde hace un tiempo ya sabes que ando algo obsesionada por todo lo que ocurre alrededor de ella. De la mesa.
Esta noche habrá huecos que no se llenarán y otros que solo serán huecos temporalmente. Hay huecos que son un vacío eterno, un dolor de estómago, una sonrisa a medias, una foto borrosa o un recuerdo que se desvanece.
En esta mesa tan bonita como dolorosa uno no puede evitar mirar de reojo los espacios donde antes no se podía respirar porque no entraban más sillas. La falta se fortalece aunque intentes, con esa alegría que da el presente, que empuja a continuar, cubrir el espacio de lo que fue pero ya no es más.
Se puede estar sin estar y se puede echar de menos y ser feliz. Feliz con una pizca menos, con un brillo que no del todo. Porque eso de la felicidad absoluta no sé cuánto tiene de verdad: la plenitud tiene más que ver con la consciencia y con los grises. Decía Leila Guerriero (sé que la cito mucho pero es que la adoro, lo siento) en una columna de hace unas semanas que al mal se le respeta y punto.
En esta Navidad otra vez rara estoy echando de menos y no fingiré que no lo hago. Abrazaré la ausencia para ver si así está un poco más cerquita, recordaré con fuerza, apretando los ojos y pensando en voz alta, escribiendo esto. Encogeré un poco las manos y miraré la mesa algo vacía porque no están aunque estén, porque duele y porque todo sigue.
Hay huecos y huecos. Hay mesas y mesas. El hueco nos recuerda la ausencia y la ausencia nos recuerda la presencia. Por eso a los que están hay que mirarlos bien fuerte. Hay que seguir creando los recuerdos. Buscar la luz, seguir el destello. Seguir. Es el mejor homenaje.
La presencia. El presente.
Hay muchos motivos para el sí y los tienes delante.
Feliz Navidad.