Hay barcos que vuelan (en serio)
El domingo necesitaba silencio y me asomé a uno de los lugares que hay enfrente de la playa, como elevados, y me pedí un coco (algún día hablaremos de la maravilla del agua de coco) mientras leía la novela que tengo entre manos. Estaba medio nublado y no sabía como sería el atardecer pero entonces sucedieron estas 3 cosas:
Acto 1.
Levanté la cabeza del libro y quise entrar a ver Instagram pero no me iba internet bien. Me quedé mirando al horizonte y vi un barco que volaba. Literalmente, un barquito volador. Me sacó una sonrisa inmediata porque me acordé de Peter Pan y de que lo último que quité de mi habitación antes de irme fue un cuadro con una frase, precisamente, de ese cuento: “What if I fall? Oh, my darling, but… What if you fly?”
Se puede volar de mil formas. Así que apunté en el cuaderno: “internet del teléfono, gracias por joderte a veces para recordarme que lo importante lo tengo delante de mis narices”
.
Acto 2.
Me tenía que levantar del lugar porque había quiénes tenían reserva para ver el atardecer desde donde yo estaba sentada, así que me puse música y me quedé en unas escaleras un rato más sin grandes esperanzas porque las nubes seguían imponentes. Sonó ‘Arrancarmelo’ de WOS y resonó:
Ahora recuerdo la primera vez que te reíste /Y las ganas que me dieron de que se me ocurra un chiste / ¿Cómo van a convencerme de que la magia no existe?
El barco, que había desaparecido, volvió a navegar por el cielo mientras el sol seguía sin verse por las nubes espesas. Sonreí, pensé en Peter Pan y en lo poco que importaba que ese barco fuese una cometa.
Acto 3.
Decidida a irme porque no había ya nada más que ver me paré delante de un grupo de música en directo que siempre se pone en el muro. Ahí ya me quité los auriculares y definitivamente no cantaban espectacular, pero a todos nos daba igual. La gente se acumulaba en la orilla y esperé un minuto más.
Entonces pasó: todo se volvió rosa, púrpura, naranja, el dorado se reflejaba en el agua, las nubes salían disparadas por el poder del sol. Los colores me sobrepasaron, metí mis pies en el mar, me mojé y respiré hondísimo. Tenía la piel erizada y mis pupilas se abrían queriendo absorber cada instante.
A veces hay que esperar un poquito, levantar la cabeza de lo que nos tiene ensimismados, escuchar bien la letra de una canción, dar un paso, quedarse, mirar bien, creer que hay barcos que vuelan.
Esa noche reinaba a sus anchas un calor pegajoso y me reí muchísimo, me acordé de WOS, del cielo de la tarde y miré a las estrellas entre caminos de campos de arroz. ¿Cómo van a convencerme de que la magia no existe?