De cárceles, flores y ventanas
El domingo pasado llegué a Ubud sin plan establecido y con una noche de hotel reservada apenas una hora antes. Había estado antes pero era entre semana, trabajaba por las tardes y llovió mucho, así que tenía la sensación de que no acabé de reconocer el lugar. Mi llegada me lo confirmó porque Ubud el domingo a primera hora rebosaba luz y flores y me puse a pasear tan pronto como dejé la mochila en el alojamiento.
Estaba especialmente relajada y observadora, casi sentía que podía tocar con la yema de los dedos una paz balsámica. Estaba ahí conmigo, dedicándome unas horas, rebuscando bolsos en mercadillos, tomándome el café más lento de mi vida mientras doblaba una esquinita de una página que tenía una reflexión que quería guardarme. La mañana era luminosa y hasta las canciones tristes me sonaban alegres. Me ocurre un montón con Guitarrica, depende de cómo estoy yo lo escucho a él.
Dando una vuelta en Instagram encontré que el artista Román De Castro (mexicano-brasileño al que conocí en la puerta de su expo en CDMX en febrero) había publicado una ilustración que rezaba: “no sé por qué estoy dónde estoy, pero sé perfectamente por qué ya no estoy dónde estaba”. Abrí los ojos fuerte (si eso es algo que se puede hacer) y la capturé como para hacerla mía.
Muchas veces no tengo ni idea de por qué estoy aquí, pero sí sé por qué no estoy allí. Es un proceso largo que decidí seguir casi como Alicia decide seguir al conejo blanco: por curiosidad y por fidelidad a ella. Aunque no sepa a dónde va, ella ha decidido ir. Aunque haya ocasiones en que las nubes del pensamiento acechen, aunque me dé cuenta de cómo suenan los ecos de nuestra propia cárcel, la que un día creamos para esconder nuestra voz.
Un día fue pero ya no será. Y eso sí que lo sé.
Y crearemos mañanas luminosas que transformen melodías, veremos más flores porque estaremos mirando y nuestro lugar seguro no será una cárcel, sino una habitación con la puerta abierta y las ventanas de par en par dónde corra el aire y todo flote y sea más ligero, dónde lo que duele no se quede a dormir y dónde nuestra voz brille porque hayamos dejado de tener miedo a usarla.