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Ahora, en Bali
Bali huele a incienso y a arroz hervido. Las calles están repletas de unos recipientes cuadrados y pequeños, de muchos colores, que se colocan a la entrada de cualquier lugar: una tienda, un mercadillo, un hotel, lo que te imagines. Aquí se ofrece cada día y podría ser una buena metáfora de la energía que se respira.
Las playas de Canggu no son bonitas pero me gusta saber que el mar está cerca y me asomo todos los días, para quedarme tranquila, como hago cuando estoy en casa. Creo que me gustan precisamente por eso. Son playas fáciles en las que rozas el mar en cuanto te despistas. La respuesta más repetida a la pregunta más repetida es que sí, que ahora mismo casa es Bali, quién sabe dónde estaremos mañana. Yo al principio pensaba que estábamos locos pero la realidad es que nadie lo sabe aunque haya quiénes creen saberlo.
Canggu es una zona sobreestimulante, en el sentido más literal. Luces, tráfico, tiendas, bares, música que asalta, fiesta, surferos y junglas, cables, templos que te tienen con los ojos abiertos, casi palpitando a cada momento. He desayunado en las cafeterías más bonitas del mundo y lo mejor ni siquiera ha sido el desayuno sino la charla con mi vecina de mesa que duró cuatro horas —nadie tiene prisa pero todos se mueren por exprimir la vida.
He probado el Nasi Goreng y el Nasi Campur, dos platos indonesios, a menos de dos euros cada uno, en mis noches de reuniones hasta la madrugada. La gastronomía habla por la gente que la come y es una manera increíble para conocer como viven. Prometo seguir probando más.
Sigo aprendiendo de los contrastes y cualquier detalle me entusiasma. El otro día un señor y yo hablamos de los campos de arroz y yo le enseñé los de mi pueblo. Hay alguna conexión que se activa cuando se comparte algo tan primario como una cosecha. El señor me miraba y yo parecía oírle pensar “igual no somos tan diferentes”.
Aquí pasa el tiempo muy rápido y a la vez es como que no pasase. ¿Es eso posible?
He estado entendiendo que esto va más de saborear, de oler y de impregnarte de conversaciones que surgen de la nada en cualquier esquina. Aún no he usado los auriculares en ningún sitio más que para trabajar, prefiero escuchar, mirar, ver qué pasa. Estoy empezando a pensar que lo mejor de Bali no sale en todas las fotos de Instagram que seguro que ya has visto, creo que lo mejor es cuando te encuentras con otro loco como tú, de esos que no saben exactamente dónde viven.
—Ahora, en Bali.