Vuelvo a Madrid, donde he vivido los últimos cinco años, y no puedo evitar volver enamorada de cada esquina y sintiéndome más en casa que nunca. Me niego a pensar que es real la teoría de que amas las cosas que no tienes del todo, porque quién me dice a mí que yo no la tengo.
La realidad es que en los últimos tiempos he desarrollado una capacidad extraordinaria para sentirme en casa prácticamente en cualquier lugar en el que encuentre sonrisas cómplices. Y la mía propia también sirve muchas veces.
Paseo por las calles que parece que quieren volverse otoñales pero un calor anormal lo impide mientras pienso en la tranquilidad y en la energía que me da pisar esta acera, cruzar esa avenida, ver las hojas del Retiro moverse y algunos olores.
Me vuelco a mis pasiones: visitar librerías, comprar muchos libros, ver exposiciones, quedar para hablar más de 4 horas, las cervezas, el vino tinto de Casa Quiroga con un plato de queso o la ensaladilla del Bar Lambuzo, la magia de las barras, descubrir la última tienda o la última cafetería en la que querría vivir. La ciudad cambia y es la misma, yo cambio y no soy la misma pero hay instintos viscerales que se activan en estas esquinas.
Volver es precioso para darme de bruces con la realidad más pura: somos un poquito de todo y necesitamos ese poquito de todo para sobrevivir. Desde pisar charcos descalza hasta calzarme las botas para caminar 16km por cada barrio.
Lo que antes era normal, ahora es extraordinario y lo único que significa eso es que cualquier cosa normal puede llegar a tener el status de increíble. Ojalá nos acordásemos más de eso.
Antes de cerrar pienso en esto: lo que antes deseaba, ahora ya no más. Que algunos sueños se esfumen también es señal de que avanzas.
M'encanta tot el que escrius. Esper amb ganes les teves paraules tan ben ordenades que et transporten y et fan viure un poquet el teu pas pel món. Enhorabona