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Qué pasa si vuelves
Imagínate que estás viviendo en un lugar que sientes que te ha cambiado la vida. Aquel que te empujó a enfrentarte a tu propia timidez y te abrió las puertas de par en par de un mundo que no conocías, que tan solo te imaginabas que estaba ahí pero no tenías ni idea de como era. Imagínate sus calles, las noches en las que amanecías bailando, las esquinas que pasaban de ser completas desconocidas a ser el escenario de abrazos y confesiones.
Imagínate además que forjas relaciones que perdurarán aunque ni siquiera te hayas parado a pensar en cómo. Imagínate que eres consciente, a la par que lo vives, que será una etapa finita porque no durará eternamente. Que las calles que hoy son tu casa dejarán de serlo, que tu sitio favorito de helado se quedará pero tú dejarás de comerlos cada semana y que aquella tienda a la que siempre vas a cotillear acabará cerrando sus puertas pero tú eso ya no lo verás.
Venga, prueba. Imagínate ese lugar en el que tú dejaste atrás otra tú y saliste tú de verdad. Aunque resulte paradójico aquello solo eran capas de cebolla lo que se escondía porque el interior latía intacto. Imagínate cada copa de vino en tu mesa favorita de aquel lugar que hacía unos meses no conocías y las vistas a un cielo que seguirá regalando puestas de sol cuando no estés. Imagínate ese proceso de acostumbrarte a llegar a los sitios sin mirar el mapa, a saludar de buena mañana a los de siempre y a sentir hogar tan lejos (si medimos en kilómetros). Esa satisfacción de crear tu rinconcito.
Imagínate que eso se acaba y tú te vas, ya sabiendo que ibas a irte. Te marchas con tristeza porque eres consciente de que nunca más y en la desolación llega la duda de cómo sobrevivir cuando ya has probado lo mejor.
Ahora imagínate que vuelves. Que vuelves tan solo por unos días para rozar, observar por la mirilla, pasar de puntillas por aquellas calles que no son más que lo que tu fuiste. Y vuelves y hay cosas que son idénticas y cierras los ojos y por una noche tú estás allí, años antes, siendo otra o la misma. O las dos.
Y cuando vuelves te das cuenta de que nunca dejas de conocerte, de que es tanto lo que permanece como lo que se desvanece, que la vida la insuflas tú, que nada es igual pero es que no quieres que lo sea y que sí, que fue lo mejor pero luego hubo más que también lo fue. Y ahora eres capaz de dar gracias a cada segundo y sacudirte la pena porque hay sensaciones que no se borran nunca.
Es la belleza de los ojos del que mira al igual que son los lugares los que pertenecen a aquellos que los llevamos en el corazón. Que todo pase es parte del juego, que hayan cosas que se queden es porque has jugado.