El viernes pasado con el cansancio acumulado de tanta felicidad me fui a volver a empaparme de emociones. La noche se alargó y el día siguiente me desperté con una nota en el móvil, la que estaba más arriba, apuntada a las 2 de la mañana (menos mal que me apunto las cosas siempre). Habíamos hablado de que no era lo mismo darse un beso que perderse en un beso. Apunté estas últimas cuatro palabras y creo que todos seríamos capaces de recordar ese perderse por encima de muchos otros besos.
Aprendí muchas cosas en un fin de semana. Aprendí o re-aprendí porque alguna vez las tuve conmigo pero cuando algo molesta es más sencillo barrer debajo de la alfombra.
¿El qué?
Que del dolor de hacerse preguntas incómodas nacen caminos por recorrer y una reflexión honesta de quién somos y de quién queremos ser. No tengo las respuestas todavía y cuando creo que lo controlo todo me pierdo en mi propia vorágine, esa que me da las alas para volar y la que a veces me quita el aliento y las ganas. La rutina me mata y me encanta, me necesito salvaje y ordenada. Tomo decisiones y las evito constantemente. Hoy no sé quién soy y me pregunto si lo que estoy haciendo realmente es. Tengo que aprender a abrazar el proceso y digo que me da igual el encaje cuando a veces ese que-todo-encaje lo es todo. No entiendo muchas, pero muchas, cosas y darme cuenta de que tengo que aceptar que no las entenderé me cuesta y me duele. Pero es que hay veces que no hay respuestas exactas o que no dependen de ti (que es otra manera de que te quedes sin saber).
Me sigo reordenando y me doy cuenta de que reordenarse siempre fue una cuestión de prioridades: te pones tú delante y el resto camina a tu lado, ni delante ni detrás.
Escribo sobre esto porque me corta y me sana, porque me ayuda a respirar y me quita el aliento.
De lo único que hay que acordarse, en realidad, es de perderse en un beso.
El resto se va en lo que dura un beso de esos de los que no te acuerdas.
Creo que muchas personas escribimos para encontrarnos, para descubrir quienes somos y qué queremos hacer o ser. A mí, escribir me salva, igual que perderme en un beso de esos que saben a dulce de leche.