A veces lloro de risa, me ahogo de verdad. Doy grititos si vemos animales por la carretera cuando estamos de viaje y hablo a todos y cada uno de los perros que me cruzo con voz de bebé. Me da una satisfacción inexplicable tachar de las listas que yo misma me hago. He corrido mucho para llegar a ver ponerse un sol que ya se había puesto. He corrido igual porque la luz era preciosa y porque la libertad de estar en mitad de la nada frente al mar es solo tuya cuando la vives. Lloro con facilidad porque me emociono. Me emociono cuando me sorprenden, cuando veo un gesto de amor, cuando conozco una historia. Me brillan los ojos cuando alguien me habla de lo que hace con pasión. Doy saltitos cuando algo ha salido muy bien y hasta me olvido los auriculares porque salgo de casa cantando. Me da la gana creer que cualquier cosa es posible y que hay gente tan buena que es capaz de hacer desaparecer al resto que no. Hay libros que abrazo de verdad y cuadernos que escribo con la convicción de estar haciendo lo que más me gusta del mundo. Me siento a disfrutar que estoy bien cuando lo estoy. Me recreo en mi felicidad. He cogido bastantes aviones y sigo poniéndome nerviosa el día anterior porque me muero de ilusión por ir a cualquier parte. Soy demasiado (¿?) intensa.
Pero es que me niego a renunciar a los colores de los días buenos por mucho que los grises amenacen con quedarse. Me niego a dejar de emocionarme por mucho que peque de exagerada.
Sé que la vida no va exactamente de coger aviones, no digo eso. Digo que va de buscar hacer cosas que te provocan la misma sensación que se tiene al coger un avión: esa mezcla de alegría, nervios y ganas por lo que está pasando y por lo que está por venir.
Vivir como si fuera a coger un avión cada mañana, así.
Pasarse de la raya. Pero, ¿qué raya?
Me encanta, que razón tienes 😘🙏