Maneras de vivir
El miércoles por la noche celebramos las hogueras de San Juan y vi muchas hogueras aunque no fuesen delante del mar. Lo importante es quemar, arder, dejar, creer. Pides deseos y saltas olas, te lo están diciendo claro: puedes pedir mucho, pero tienes que mojarte si quieres algo de verdad. El ritual místico en torno a la noche más corta del año siempre se anuncia como el preludio del mejor momento: el verano aterriza para abrazarnos con esas ganas de todo y de nada, tan contradictorias como compatibles (y tan necesarias).
Nos han dicho muchas veces que es necesario el invierno para apreciar el verano y que los días más negros nos hacen disfrutar más del sol cuando vuelve a salir. El ‘sacrificio’ se erige como elemento necesario para la celebración posterior. No se puede vivir en eterno verano, pero resulta que Albert Camus nos gritó aquello de que tenía dentro ‘un verano invencible’ y nosotros le jaleamos mientras volvemos a la noche invernal, a la rueda, al disgusto.
Los rayos de luz de finales de junio me despiertan en una cama de otra ciudad que no es la mía como llamando a espabilarme. ¿Y si el verano es otra forma de vivir? ¿Tendría sentido vivirlo siempre? Las dudas sobre lo que han dicho que es y lo que puede llegar a ser se agigantan cuando descubres que hay otras maneras de entender a qué hemos venido y cómo queremos ir caminando por esta carretera de curvas. Se puede ser verano en invierno, se puede buscar un verano infinito, se puede tener un sol dentro, se puede sentir y hacer aquello de disfrutar, ocurra lo que ocurra.
Ojalá hayas pedido tu deseo de verdad en ese papelito que quemaste, ojalá te mojes más para cumplirlo.