Llegué a Guatemala sin expectativas porque no conocía mucho sobre el país. La experiencia me demuestra que cuando eso ocurre la vida siempre viene a darme una leche de cosas preciosas. Porque lo bonito también golpea, y porque, sinceramente, hay pocos golpes mejores que los bellos.
Me instalé en Antigua como quién se instala nueva en un pueblo y pretende no hacer nada. Y ha sido haciendo nada cuando he podido volver a escucharme, a mí, a mi cabeza, a mi cuerpo. Bajé las mil revoluciones mexicanas y me adapté a un ritmo más pausado y natural, conectado con lo que ocurre en el cielo y la tierra en el sentido más literal. He plantado un árbol (empieza a faltarme el libro) y he comido en una hamaca colocada entre dos troncos en lo alto de un cafetal. He hablado de sueños pequeños y de otros más grandes. He dicho que de ser un animal, sería un colibrí. Resulta que aquí está lleno de estos pajaritos y que febrero también abraza a veces.
Algo que me tiene fijada son los volcanes. Me parece que todos aquí se han acostumbrado a verlos pero yo no puedo dejar de emitir pequeños gritos cada vez que observo salir humo de algún cráter. El domingo vi por primera vez en mi vida lava salir a presión. Lo más curioso de todo es que delante había un concierto de un grupo de Costa Rica increíble. No supe si me alucinaba más el escenario, la erupción o la letra. Mientras Maf pronunciaba “mi corazón se escapa y yo le abro la puerta” yo sentí que aquello estaba ocurriendo de verdad y mi piel actuó en consecuencia. Creo que era mi corazón escapando, alzando el vuelo como decía su canción.
Seguí paseando mucho entre los adoquines imposibles, descubrí un café que se llama Alegría y pasé cinco horas escribiendo mientras me inundaba la paz. Las palabras, por suerte, siguen siendo poderosas y contagiosas, más o menos como la energía de los volcanes.
Ofira me contó cómo empezó vendiendo comida en la calle y ahora tiene uno de los restaurantes más conocidos de Antigua, Katina cómo trabaja con su madre y sus hermanas en un hotel único que creó con artesanos guatemaltecos, Juanjo cómo trabajan cada grano del café en su terreno, Andy me habló de miedos y ganas, Javi me contó cómo todo su viaje le llevo exactamente aquí, Eduard cómo quiso crear un lugar para vivir con la alegría como bandera, Xiana cómo se enamoró de la cultura maya.
Creo que no nos damos cuenta: ¿y si somos como los volcanes? Rebosamos energía pero se nos olvida por costumbre. Damos por hecho historias increíbles porque son las nuestras, porque lo ajeno se siente siempre más especial, porque lo propio se nos olvida por costumbre y porque todo se transforma solo cuando usas los ojos de un recién llegado. Así fue como desembarqué en Antigua, por eso me enamoré de estos accidentes geográficos y pensé en la ligereza que te confiere ser un ‘accidente’, un accidente majestuoso. Somos definitivamente como los volcanes.
Deseo no acostumbrarme. No dar por hecho el fuego. Quiero seguir observándolo y escuchando lo que quiera contarme. Quiero serlo.
Tus "alas" emanan vida, serenidad y consciencia del momento.
Pararse y mirar no es fácil, pero leyéndote se activa en mi, un fuerte deseo de marcharme de mi presente y seguir tus pasos. Olé por ti, por darte cuenta que tienes alas y por usarlas así de bien.