Las gafas perdidas
El último domingo en Chiang Mai venía de Pai y me subí a un Grab (Grab es como Uber pero versión Thai). Iba cargadísima con las dos mochilas y llevaba muchas cosas colgando y como era de esperar perdí algo: mis gafas de sol (que llevaba también colgadas). Solo me di cuenta al llegar al hotel después de cenar, así que casi renuncié a ellas. Era imposible saber dónde estarían y concluí, en un alarde de relajación, que el universo así lo había querido y que en realidad las gafas ya tenían muchos años, que no pasaba nada.
Las gafas tenían exactamente 10 años y me habían acompañado por todo el mundo. Dando vueltitas desde Marrakech hasta Nápoles, Cuba o Sri Lanka. Siempre algo torcidas pero siempre a mi lado. Y ahora se quedarían en Tailandia.
Pero la mañana siguiente, en un arrebato muy mío, pensé que quizás si escribía a Grab ellos podrían llamar al conductor y comprobar si por alguna ínfima casualidad las gafas se habían quedado por allí. ¿Y si le decía al universo que yo todavía quería mis gafas?
Así lo hice y recibí un mail 4 horas después, yo volando a otro punto de Tailandia ya, que me decía que mi conductor había encontrado las gafas, que dónde me las devolvía. Tenía que llamarle (o mejor escribirle, porque el inglés regular) y acordar con él un punto. Yo no me lo creía pero decidí enviar al señor al co-working en el que había estado toda la semana trabajando y de ahí hablar con ellos para encontrar otra solución. Bayat, mi conductor, no solo fue al co-working, sino que lo hizo gratis cuando la app me decía que tendría que pagar.
En el co-working me guardaron las gafas y les escribí para que me las enviasen a Bangkok, que yo lo pagaba sin problema. No solo no me hicieron pagar, sino que se preocuparon por embalarlas perfectamente para que no se estropeasen y me dijeron que estuviese tranquila que ellos lo gestionaban. Esas gafas llegaron a Bangkok, a casa de mi ya amigo Lucas, cuando yo me había marchado a España. Lucas me las guardó y cuando viajó de vuelta a Barcelona, las trajo con él. En Barcelona envió un glovo a casa de Roger y Mireia para que ellos me las guardasen. Hasta esta semana.
Recuperé mis gafas de sol, más sucias y torcidas que nunca, gracias a una cadena de favores porque en la vida tienes que saber estar solo, pero todavía más importante, tienes que acordarte de que muchísimas de las cosas bonitas ocurren acompañado. Creo que todos me hicieron este favor casi sin pensar. Pero es que, digan lo que digan, la amabilidad debería mover el mundo y somos mejores si somos buenos. Así, sin más.
No sé qué quería decirme el universo, pero sí sé lo que quiero decirle yo hoy, valga la metáfora: las situaciones no se dejan ir, no se dejan pasar. Las situaciones se enfrentan porque hay preguntas que lo cambian todo. Tanto para irte como para quedarte, si no eres capaz de preguntar estás en el sitio equivocado.
Así que aquí las tengo, conmigo, dispuestas a acompañarme, igual de torcidas, a mi siguiente destino, con la aventura a punto de empezar otra vez.
Al universo a veces hay que contestarle.
La secuencia desde el 14 de marzo, para curiosxs:
Aquí las gafas de la discordia: