Terminé de leer ‘Las gratitudes’ en octubre y ayer me crucé con una foto del libro que nunca subí. Anoche soñé con mi abuela. En la tarde estuve escribiendo sobre Nápoles para un reportaje. Me senté en la terraza de mi casa en Buenos Aires y me quedé en silencio en la noche después de un par de semanas en las que he vivido rodeada de gente. Me escuché. Necesitaba dormir profundo.
Por eso esta carta es un batiburrillo, una mezcla, un desastre. Pero es que a veces las ideas se cruzan y no hay quién ponga orden en el cajón. Canta Bad Bunny que ‘la vida es una fiesta que un día termina’ y afirma, muy específicamente, que ‘mientras uno esté vivo tiene que amar lo más que pueda’. Cumplió 30 años y, como a mí, le asaltó a golpes el paso del tiempo. Algunas veces la angustia me persigue y la tristeza se pone a convivir conmigo, algunas veces no tengo ganas, no las encuentro, no sé cómo hacerlo y pienso que no saldrá —un deseo, algo frustrado—.
Pero luego, cuando me quedo en silencio en la noche, ya sola, ya tranquila, y miro la calle… empiezo a recordar —asaltada por sensaciones minúsculas— que tenemos la posibilidad de escuchar música, la opción de bailarla con amigos o solos en casa. Que podemos ir a un concierto. También podemos reírnos o romper a llorar cuando algo nos duele, ambas destraban algo físico y emocional. Algo ocurre dentro de nosotros cuando reímos y lloramos porque damos espacio a emociones que necesitan aflorar. También podemos rascarnos cuando algo nos pica, pintar, mezclar dos colores y que salga otro. Ver pinturas de otros en museos. Podemos leer una historia inventada e incluso escribirla nosotros. Una hoja en blanco puede ser la puerta a otra cosa que hoy todavía no existe. También podemos abrazar a alguien querido, querer a alguien nuevo. Y besar, podemos darnos un beso increíble con alguien. Podemos guiñar un ojo. Podemos llegar a enamorarnos.
Podemos comer, hacer una comida rica, oler una comida rica que alguien que queremos está preparando o ir a una pizzería que nos encanta. Podemos mirar el cielo, ahora, ya, en este instante. Podemos, también, rozarlo con las manos aun sin movernos de la tierra. Podemos llamar a alguien que amamos, ahora, ya, en este instante. Y aprender un idioma, aprender algo nuevo, lo que sea, una receta, andar en monopatín. Hablar con alguien, tener una conversación increíble, beber un cafecito calentito en el frío y uno helado en el calor. Podemos comer un helado del sabor que más nos guste, jugar al escondite, a las cartas, jugar. Podemos sumergirnos en el agua del mar, cantar en la ducha, conducir con las ventanillas bajadas y dejar que entre el aire. Podemos ir al cine, emocionarnos con una película y creer durante horas que un mundo imaginado existe. Podemos salir a pasear, tomar fotos y después verlas. Podemos gritar, tocarnos el pelo, preguntar, equivocarnos, volver a intentarlo. Podemos acurrucarnos en el sofá y dejar pasar la tarde cuando estamos tristes.
Podemos montar una fiesta para celebrar cualquier cosa.
Y cuando me acuerdo de todo eso el mundo es mucho menos feo.
*
‘Las gratitudes’ es un libro que gira en torno a agradecer y a hacer en agradecimiento. Es un libro sencillo y precioso, punzante que atraviesa. Por eso, mientras escribía esto pensaba que quería dar las gracias, a la gente que me rodea y me cuida, a la vida por mantenerme en pie y con energía, y a mí por seguir intentándolo y por seguir practicando cómo se transita en esta fiesta que un día termina. Yo prometo amar y bailar mientras suene la música, sino ¿para qué la fiesta?
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Cosas bonitas de la semana:
Volver a Punta del Este a casa de mi tíos Delia y Pablo, comer con ellos mirando al mar, comer las milanesas de mi tía, bajar a la playa, leer, pasear, no hacer nada, jugar con mis primos en la playa.
Pasar muchos días con mi prima, dormir juntas, comer y cenar juntas, beber birra en la terraza mientras Delia preparaba la cena, ir paseando en bici, el atardecer bebiendo clericó, la promesa en el taxi.
Bailar con Delia, de 84 años, todo lo bailable hasta las 4 de la mañana. Que ella se fuese a dormir más tarde que nosotras.
Encontrarme con Benja en Punta del Este después de habernos despedido en Río hace casi un año y acabar en un concierto gratis de Jorge Drexler al atardecer en su país natal. Acabar cantando ‘Todo se transforma’ levantados, ya de noche, y cenar en un lugar que se llama ‘Serindipia’ en el que había magia y panqueques de dulce de leche. Aquí la historia entera.
Que Tomi llegase a Punta del Este y darme cuenta cómo este lado del mundo es hogar.
Llegar a casa y pensar, sentada en mi terraza, en escribir esta carta.
Y este se volvió uno de mis favoritos. Gracias.
Gracias, gracias, gracias. Me encanta todo lo que escribes. Un abrazo.