Llegué hace 8 años a una ciudad a la que nunca había deseado venir. Madrid nunca entró en mis planes y de alguna manera eso me hizo ver que son muchas las veces que de repente nos topamos con lo inesperado y acaba siendo mejor que lo que teníamos anotado en nuestra lista de sueños perfectos.
Estas son cosas que no sabía cuando llegué a esta ciudad el 18 de junio de 2017:
Que me despediría la misma empresa que me trajo a la ciudad, y que de ese despido saldría mi ‘yo freelance’.
Que viviría hasta en 8 casas distintas y que no tendría escritorio hasta la octava.
Que cuando hace mucho calor y no tienes aire acondicionado en casa lo mejor es dormir en el suelo. Y que siempre hace más calor a partir de las 18hs y no antes.
Que me iba a gustar tanto el vermú y estar de pie en barras de bares.
Que me iría durante cuatro años a viajar por el mundo sola y, sin darme cuenta, diría siempre que vuelvo a casa cuando aterrizase en el aeropuerto de Madrid.
Que pasaríamos los veranos comiendo frutos secos y bebiendo vino blanco.
Que habría una pandemia y que la viviría con mis amigos sentándonos en el balcón minúsculo y bebiendo tinto de verano los sábados.
Que iría tantas veces al Thyssen. O que iría a leer y a escribir al lado del Prado.
Que vería decenas de atardeceres en el lago del Retiro. O compraría muchos libros en la feria del libro que siempre veía en la televisión.
Que me gustaría merendar en el Café Comercial sola cuando termino proyectos grandes.
Que acabaría en conciertos pequeñísimos, en bares pequeñísimos, en sitios fantásticos un jueves cualquiera de madrugada.
Que conocería a tanta gente distinta que amo tanto. Y que me encontraría a tanta gente que conozco cuando voy por la calle.
Que en un bar de Malasaña acabaría presentando mi primer libro (y ese bar se convertiría en mi casa).
Que acabaría escribiendo en las revistas que siempre leía o que acabaría trabajando para hacer que otra funcionase. Que montaría encuentros, que haría que la gente se encontrase.
Que construiría la vida que tengo de la misma nada.
Y algunas otras cosas que no tienen tanto que ver con el lugar pero que sucedieron (o suceden) aquí. Cosas como que el amor de verdad se construye cuando lo tienes en la cara y decides ser valiente, no cuando ya se te ha escapado. Desear lo podría haber sido es facilón y de cobardes.
También que, en realidad, la vida es más todo aquello que no planeamos que aquello que nos empeñamos en controlar. Por eso me seguí quedando, porque no lo planeé tanto. Y fui capaz de armar un hogar en dónde antes sólo había un mapa en una pantalla, nombres de calles, paradas de metro y una idea abstracta de lo que significaba pasar la tarde en una terraza con amigos. Ahora ya lo sé: se parece mucho a la felicidad.
Y algo importante: quién más ve es quién más mira. No hay muchas más reglas. Llevo años observando estas calles y obsesionándome con no darlas por hecho, con seguir fascinándome cada vez que cruzo la Gran Vía o salgo del Retiro hacia Neptuno pasando por el Prado. En esos momentos me invade la sensación de que vivo en un lugar en el que querría quedarme: un lugar grande como para soñar alto pero no tanto como para no poder tocarlo, repleto de recuerdos tejidos a base de hilos de amor, desamor (claro), y sobre todo, de una predisposición a creer que todo podría llegar a ser posible.
No sé qué me deparará la vida (¿quién lo sabe?) pero hay un destello: ahora mismo querría saberlo desde aquí, desde exactamente este kilómetro cero dónde se cruza la incertidumbre.
Cosas bonitas de la semana:
Celebramos el ‘primer encuentro ridículamente normal’ y fui la persona más feliz de la tierra. No puedo expresar la ilusión absoluta de conocer a personas que me leéis, de ver a amigos, de celebrar, de hablar.
Nos quedamos hablando (de filosofía) en Casa Brava hasta las 2 de la mañana.
Quedamos Luis, Fer y yo y de ahí todo escaló a una noche madrileña maravillosa.
Fui a una clase de Filosofía en el Instituto Tramontana y me moría de ilusión absoluta por volver a clase y aprender cosas. Pude entrevistar a Máximo, hablamos mucho.
Fuimos a la Feria del Libro y nos reímos un montón, compramos libros, bebimos cerveza.
Lloré mucho por darme cuenta de que tengo a los mejores amigos del mundo.
Cenamos en el balcón todo lo que sobró del domingo.
Manuela abrió Biri Biri y pudimos ir la primera noche a probarlo.
Leer en el parque, beber cerveza, comer patatas y hablar hasta el anochecer.
Andy llegó desde Río de Janeiro justo a tiempo, fuimos a ver la exposición de Loewe en el Thyssen, comimos gildas, hablamos de la vida.