La previa
El momento previo a un reencuentro, esa media hora en la que ya sabes que va a ocurrir y tan solo tienen que pasar treinta minutos. El concierto de aquel verano, cuando estabas llegando y a lo lejos se escuchaba la música y tú llevabas tres cervezas encima y hacía mucho calor, era noche cerrada, y te empezabas a acercar a unas horas épicas, de las que te acordarías siempre. Ibas con tus mejores amigos y las próximas horas las ibais a pasar saltando y dejando la voz y las penas en aquella pista rodeados de gente.
Ese camino hasta tu lugar favorito: ese atardecer en la playa. El recorrido con la música en el coche que no te deja oír ni lo que piensas, los ojos clavados en quién te acompaña, esa consciencia de que estás a punto de llegar. Los segundos de antes de un beso, ese juego en el que todo puede ocurrir y los dos ya sabéis lo que va a pasar sin pronunciarlo. El olor de la cocina cuando vas a comer algo que te encanta, la pizza en el horno, el arroz en su paella hirviendo, el aperitivo de justo antes de empezar de poner la mesa o de sentarte en un restaurante. El instante de prepararte para salir cuando te mueres de ganas o cuando te tumbas en la cama y decides empezar un nuevo libro. Incluso, te hablaría del encanto de esperar cinco minutos en la puerta de la sala del cine devorando las palomitas. De la sala de espera de los aviones.
Sería increíble poder capturar las emociones de los momentos previos.
Tener vídeos de tu cara, tener en una cajita los nervios, guardar las sonrisas de cuando sabes que estás en el preludio de algo precioso.
Cenaba en Casa Macareno el otro día (un lugar de Madrid que me encanta) cuando apunté que la respuesta a cómo te sientes en los momentos previos de cualquier cosa es la señal inequívoca de que estás en el lugar adecuado, de que quieres estar donde estás. Lo que ocurre antes, ese recorrido de evasión y de presencia, es el que indica que sigas, que llegues y que te quedes.
Espero que tengáis unos momentos previos preciosos este fin de semana.