El otro día volvía a casa en el coche con mi padre y, como siempre, íbamos con repertorio musical. Le conté la historia de los cinco objetos que algún día contaré aquí pero que hoy no viene al caso. La cuestión es que gracias a eso acabamos hablando de la música, de la música y nosotros.
Ambos tenemos una lista de reproducción con ‘canciones que me recuerdan a casa’ con una mezcla inverosímil y curiosa de temas que recorren estilos que no encajan entre sí pero que recorren el hilo de una vida. Bueno, en realidad de varias.
El otro día me fui paseando a un lugar por el que he pasado mil veces y justo sonaba esa canción (en realidad la puse yo). Pasa algunas veces: vuelves a esos sitios y de repente te asalta la añoranza como un recuerdo fugaz que permanece como lo hace el viento, que parece que desaparezca pero luego siempre está. Lo que me atrae de la música es su capacidad magnánima de transportar, de traer aromas, de ser tacto, pensamiento y verdad siendo mentira. Me fascina esa melodía que te arranca una sonrisa y te lleva de vuelta a aquella noche o a la época en la que sonaba en una casa común. Un hilo de voz que es un concierto lleno de promesas de un futuro que brillaba porque el presente era tan cierto como los cielos azules. De las tardes en casa y los viajes en coche de ida y vuelta a la universidad.
Hay letras que duelen y rascan en la herida porque dicen mejor que tú lo que querías decir. Hay canciones que leen el pensamiento y que le pondrías a alguien en los auriculares si le tuvieses enfrente. Son miradas que revuelven, himnos de una vida, de una forma de verla, de una generación. Acompañan a tu día o lo transforman.
La música es herencia compartida eterna.
Las mejores canciones atraviesan y te erizan la piel, te recuerdan que hay realidades que duran 3 minutos pero que, dentro de su ficción, pueden quedarse para siempre. No tengo ni idea de música, pero sé lo que es estar sentada en la escalera de casa mientras veo a mi padre enseñar a mi hermano a tocar la guitarra con ‘Dust in the wind’, acordarme de un Buenos Aires en el que no viví con ‘En la Ciudad de la Furia’, que Maná sean los brazos de mi madre o saltar con los ojos llenos de lágrimas cuando escuché ‘Guerra y Paz’ de Zahara en directo aquel septiembre.
Dice Pablo Messiez, director de teatro, en el podcast que me flipa de Coco Dávez, que a veces hay que irse para llegar y que él a todo le pone música.
Estoy en ello y tengo el altavoz puesto, Pablo.
Que bonita carta! Tus cartas siempre nos hacen pensar. Estaba pensando en las canciones que son ciudades, 10 años en Madrid podrían ser muchas canciones. Las canciones que son personas, que manera más bonita de recordar a alguien. O los momentos que son canciones, tea for two de pink martini podría ser uno de los mejores momentos de mi vida. La belleza de la cotidianidad. Gracias por estas cartas!