Jaque mate
Tantas veces estuve asustada, agazapada, somnolienta, dudosa, tímida. Las mismas que tuve coraje, saqué adelante un problema sola, resolví una situación complicada, me desperté y di un paso adelante con lágrimas empapándome los ojos. Soy con todas mis aristas, con todas mis debilidades y también con todo aquello en lo que me demostré que soy fuerte.
Uno se cree que es valiente o es cobarde pero la realidad es que uno siempre es un poquito de las dos.
Mientras pisaba con firmeza improvisada el paseo de Copacabana me asaltaba la consciencia de estar haciendo algo que nunca creí que haría. Venir a un país complicado, con varios miedos de por medio y pocas certezas. Mira que dije veces —en todos los contextos posibles— que había países a los que nunca iría sola aunque me muriese de ganas: Brasil era el que más nombraba.
Hay algo muy poderoso en hacer algo que pensé que no haría. Me di cuenta de que puede haber otra decena de cosas que ahora ni considero que podrían desbloquearse sólo si doy un pasito más, si me atrevo. Y en ese viaje —el emocional— también cae algo por su propio peso: cambiar de opinión me hace crecer, me hace avanzar. Lo que un día fue tristeza o temor puede transformarse en esperanza o en una seguridad insospechada fruto de la satisfacción que da sentir el poder de tomar decisiones.
En la página antes de empezar uno de mis libros favoritos, ‘Qué vas a hacer con el resto de tu vida’, Laura Ferrero cita a Charles Simic: “tratamos a quien llega nuevo como si llegara tarde. «Haber llegado antes.» No entendemos que en la vida la gente llega cuando tiene que llegar.” ¿Y si pasase también con los lugares? Yo esperé 29 años, 3 meses y 11 días en conocer este país mágico en el que inventaron la alegría. Pero ahora lo entiendo: no fue tarde, fue cuando tenía que pasar. Llegué cuando tuve la fuerza para hacer tangibles mis sueños.
Por eso no importa tanto lo que dije, sino lo que decidí hacer. Los pensamientos y las palabras sirven, abrazan, empujan, pero no matan del todo al nudo en la garganta. Con los miedos sólo se acaba haciendo un par de movimientos: apretando el botón de enviar, subiendo a un avión. Jaque mate.
A Río de Janeiro, que me ha hecho sentir que es posible y acordarme de por qué merece la pena intentarlo, reírse y celebrarlo TODO por el camino.
Cosas bonitas de esta semana:
Me llevaron Pedra do Sal, una plaza en la que tocan samba en directo y después se vuelve un fiestón con música brasilera y hay mil puestecitos de caipirinha y tú eres feliz ahí, no hay otra opción. Creí que hasta sabía sambar por instantes.
Subimos el morro de Dos Irmãos con aventura en moto por Vidigal incluida.
Me tiré al mar caliente corriendo y sin pensar en la playa de São Conrado. Después bebí mucha agua de coco y comí un bol gigante de açaí con fresas.
Descubrí el Armázem do Senado y volví a enamorarme de los locales de samba. Había gente de todas las edades cantando, bailando y disfrutando. Labuta Bar, al lado, ocupaba la calle con sillas de playa y todos bebíamos cerveza con litrona mientras atardecía y pedíamos croquetas. Hacía tiempo que no me emocionaba tanto por la tontería de estar disfrutando de un rato en la calle.
Fuimos a comprar el domingo al mercado como señores: fruta y verdura para toda la semana. Recorrimos paradas y comentamos la jugada. Nos llevamos papayas, mangos, aguacates. Acabamos en la playa como jubilados, con silla, sombrilla y un libro. De fondo el Pan de Azúcar.
Vi la peli Medianeras y aprendí de arquitectura de Buenos Aires y quizás también de encontrarse en las rarezas.
Compré el vinilo de los Tribalistas para llevarlo a casa.
Me reencontré con Meri, a quién no veía desde Bali. Es curioso ir encontrándote con personas por distintos puntos del mundo.
Entrevisté a Katia Barros, fundadora de Farm Rio, en su casa y pasé una mañana preciosa hablando de recuerdos de infancia en la ciudad.
Paseé y escribí en el Jardín Botánico.
Terminé de transcribir todo mi diario de notas y volví a mi cafecito favorito de Ipanema: Solo Café.
Fue 29 de febrero: apreté el botón de enviar, volvimos a Chanchada por tercera vez ya sabiendo lo que queríamos pedir y eso hace sentir muy hogar, brindamos por acordarnos de aquí a 4 años de que este 29 fue en Río haciendo lo que más nos gustaba.
Entrené por última vez en la playa de cerca de casa y me despedí del grupo con la promesa de volver el año que viene hablando portugués.