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Imperfecto e improvisado
Me he pasado la semana con mucha fiebre y una buena infección de garganta (tengo el trofeo ganador porque todos los años me toca una de estas fuertes) así que no he tenido, literal, tiempo para pensar sobre lo que quería escribir. De hecho pensé en que ni siquiera iba a enviarla y de hecho hasta hoy se me había olvidado que yo te envío siempre una carta los viernes.
Sé que tampoco es que te hubiese faltado un brazo si la recibías pero yo sí sentía un pequeño vacío si no lograba poner algunas palabras aquí para después apretar el botón de enviar.
Me di cuenta de que eso era lo que lo cambiaba todo para mí, un día dejé de pensar tanto y me lancé a hacer el ridículo y a ir viendo lo que salía. Así que este carta breve la escribo por eso, en homenaje a que a veces las cosas no salen perfectas y que también de ahí puede salir algo.
Hablando de salir, ayer por fin salí de casa, hacía sol y una temperatura que me permitía ir sin abrigo, encontré árboles de flor blanca, un cielo raso y muchísima gente comiendo en la calle. Me compré una gorra que pone “casa” para mi siguiente fase de viajes porque también hay otra fase vital detrás de estas nuevas aventuras. Una más calmada y con claridad sobre lo importante. Paseé y acabé pidiendo a Sandra que si cenábamos que fuese caldo, que mucho sólido todavía no era capaz de procesarlo. Fuimos a un ramen buenísimo que nos encontramos a 10 metros de nosotras después de haberlo dicho.
Se puede dar la vuelta a las situaciones y que la risa por tomar un caldo te acabe descubriendo un restaurante al que nunca hubieses ido. También puedes sentir el sol de primavera en la piel con aprecio desorbitado y pensar que por qué no lo aprecias tanto siempre. También puedes permitir que todo pare y no esperar a que tu cuerpo te lo pida a gritos. También puedes arrancar despacio, pero arrancar. Eso siempre.