Este verano dejé de escribir un mes mi newsletter por primera vez en casi 4 años. Nunca había parado a excepción de un par de semanas salteadas por circunstancias externas y puntuales. El día 7 de julio escribí aquí: “Estoy algo perdida. No encuentro inspiración para escribir y no sé dónde buscarla. Me equivocaba cuando decía que si no había dolor no había literatura porque la literatura necesita un resquicio de luz al que agarrarse” y me despedí, el día 21 de julio, diciendo esto: “porque tengo un mundo en la cabeza que me gustaría escribir en algún lado, como si quisiese traducir lo inventado y volverlo realidad”.
Cuando volví en septiembre quise hablar de la pequeña belleza y anoté: “Es la que brota en el rincón de una habitación de un hospital. En mitad del gris, en el segundo entre una lágrima y una risa, en el último milímetro de sol, en el centímetro de piel que se erizó primero. Es esa la que escribe libros, mueve montañas y tararea canciones cuando cualquier cosa es imposible de pronunciar.”
Fue un verano triste, fue un verano en el que como no supe que hacer empecé a escribir en un cuaderno un diario, a papel y a boli, para soltar, para atravesar la tormenta, para poder dormir, para despertar.
Los meses pasaron y ya no podía vivir sin mi cuaderno y mi boli. Ya no se trataba sólo de canalizar la tristeza, empecé a querer guardar la alegría en ese mismo papel. También las dudas. Me di cuenta de que soy barro, agua clara, luz, destellos, sombras, charcos, certeza, error, pánico e ilusión. Me di cuenta de que tenía que hacer hueco al mal, respetarlo como diría Leila Guerriero, y seguir, seguir porque no queda otra, porque no quería que quedase otra.
Y hubo un momento en el que decidí estar lista, aterrada pero preparada y con unas ganas que traspasaban océanos y penas. Fue la alegría la que acabó tirando del carro, fue la pequeña belleza la que arrasó con los grandes males.
Yo, que un día vi esto como un sueño imposible, como algo tan lejano que quién sabría cuándo ocurriría (algún día, me decía) transformé ese diario a papel y boli en un documento de word que titulé: ¿y si publicas esto?
*
He escrito mi primer libro.
Hemos autoeditado mi primer libro.
Voy a publicar mi primer libro.
Y se llama:
‘Días ridículamente normales’.
¿Acaso no lo son todos?
*
La semana que viene, si va todo bien, te cuento sobre el libro y habrá un enlace para poder comprarlo. Mientras, guárdame el secreto.
Cosas bonitas de esta semana:
Sandra y yo y nuestro recorrido de tapas: La Mina, Ostras Pedrín, la tortilla espectacular, Bar Lambuzo y acabar tomando cócteles en Lucky Dragón.
Desayunar en la ventana de Feliz Coffee leyendo a Ernesto Sábato. Pasé una hora sin moverme.
El paseíto por el Retiro con Marta.
La siesta del sábado.
Enseñarle Casa Brava a Juanjo y acabar encontrándonos con Flor y sus amigos. Bailarlo todo.
Ir en tirantes a las 3 de la mañana.
El trocito de cielo que nos inventamos Mar y yo el domingo: estrictamente de 13.30 a 22.15hs.
Darme cuenta de que las crisis se pasan paseando.
Trabajar corrigiendo mi libro en el suelo.
Los mensajes que nos mandamos con Lu.
Que Flor y yo hayamos seguido grabando cosas bonitas.
Que Ixone y yo hayamos avanzado un plan de comunicación para el libro.
Que Fran terminase y escanease la portada del libro.
Que Borja viniese y pasásemos la tarde con Andrea y Sofi haciendo nada.
Que el libro esté diseñado.
Que el libro esté en la imprenta.
Que pueda, por fin, contar QUE VOY A PUBLICAR UN LIBRO.
Lo quiero YA en mis manos📕❤️🔥
Con la piel de gallina, con los ojos brillando, con la ilusión del mundo: AAAAAAAHHH. Es que... Qué regalo nos haces a todos, qué generosidad en tu vivir. Qué ganas de que deje de ser tuyo para ser del universo, la gente va a flipar cuando lo lea.
FLIPAR, VIVIR, SOÑAR, SENTIR.