Es por eso
Hace ya unos años la marca de cerveza Amstel hizo una encuesta entre más de 1800 falleros y falleras valencianas a los que preguntó: ¿por qué se queman las fallas? Puede que sea una de las dudas más frecuentes acerca de nuestra fiesta por lo incomprensible que resulta que tras un año trabajando en una escultura de cartón piedra la reduzcamos a cenizas en apenas unas horas.
La mayoría abrumadora de respuestas eran emocionales, incluida una tradición centenaria, y tan solo un 4% aludía a que era evidente que sino se quemaban no había donde guardarlas. Todos somos muy pragmáticos hasta que nos enamoramos o echamos de menos a nuestros padres. Eso también.
Aunque este año no haya Fallas, volvemos de nuevo al cambio porque los días siguen pasando aunque nos parezca que el mundo está en standby esperando a salir. Llegamos a otro solsticio, esta vez el de la luz. Preludio de primavera, de flores estallando, de días eternos, de noches a la intemperie. Nos emborracharnos otra vez con la sensación de una vida infinita a las orillas de cualquier mar o en terrazas abarrotadas de ciudades.
Quemamos para limpiarnos, para sacudirnos el gris invierno, para ser capaces de volver a empezar. Ardemos porque nos emocionamos, porque la pasión es fuego. Es la lección, otra vez, de que hay que parar para poder seguir. De que en ocasiones hay que destruir para construir. De que la llama sana, reflejada en las pupilas de quiénes siguen soñando que esta aventura es maravillosa.
Así que por eso quemamos cosas, por eso nos rompemos cuando las quemamos y por eso volvemos a empezar.
Tornarem.
💙