Entre dos aguas
El domingo eran casi las 8 y decidí dar un paseo largo desde Enric Granados hasta Las Ramblas. Hacía algo de frío y el preludio del lunes ya acechaba pero tenía especialmente ganas de que me diese el aire y enfilé Eixample, Raval y me metí en el Gòtic. Iba completamente ensimismada con los auriculares al máximo nivel de sonido (no sé hacerlo de otra manera) y me puse Manel y Els Amics de les Arts hasta que llegué a Antònia Font. Mientras sonaba Batiscafo Katiuscas llegaba a la Plaça de Sant Felip Neri y me encontré con tres niños jugando con una pelota despreocupados porque mañana fuese lunes, a dos chicos que admiraban la plaza mientras observaban hacia arriba y a mí, parada enfrente de ellos intentando adivinar lo que señalaban. Atravesé el arco que llevaba a la calle del Bisbe y me encontré sola en una esquina del Gòtic. Seguí caminando-casi-levitando porque me maravillaban esas calles laberínticas por las que he pasado tantas veces. No sé qué era. Aquella tarde las veía diferentes, me sentía especialmente llena.
Cuando doblé una esquina acabé delante de la catedral. Inmensa. Me situé justo enfrente de ella, en línea recta. Levanté la cabeza y miré cada detalle. Ya era de noche y las estrellas brillaban sin vergüenza. Sonaba esto, justo en ese instante:
Retxes de sol atravessen blaus marins / Ses algues tornen verdes i brillen ses estrelles / Que ja s'ha fet de nit i es plàncton s'il·lumina / I cantes ses balenes a 30.000 quilòmetres d'aquí
Y me quedé observando cada milímetro de aquello, también del cielo, sintiéndome pequeña y afortunada por tenerme siempre. Hay música que suena en el momento exacto para susurrarte que sigas (o para gritarte que te vayas).
Estar a solas ya hace unos años que me demostró que era la manera de saber a quién quería de verdad al lado. Una vez decidí regalarme soledad para ser verdad, para ser mejor, para ser más yo que antes.
Por eso sigo practicando. Por eso me lees mientras estoy en un avión volando a la otra parte del mundo conmigo.
Cuando acabó Antònia Font salté a Paco de Lucía porque una tiene derecho eterno a montarse películas mientras escucha acordes mágicos. Entre dos aguas y sintiendo que todo lo que pasa no se repite. ¿Y qué bien, no?