Entonces qué, ¿bailamos?
Intento seguir como si nada, o seguir a pesar de. Me acostumbro a vivir en la incertidumbre. La abrazo. Llego a bailar con ella según el día. Nos sirve cualquier canción. Bailamos pegadas o dando saltos, que siendo sincera es lo que mejor se me da —pero yo, lo de intentarlo, siempre y con ganas. Me dejo enseñar y si te lo propones acabamos sacando algo juntos—.
Me convenzo de que no necesito tener todas las respuestas ya, sencillamente porque no las tengo. Y de que la vida continúa aunque yo no tenga, tampoco, nada claro en cada hueco del calendario.
Tarareo melodías que ahora me resultan lejanas y me dejo perder en la melancolía de los domingos sin resolver absolutamente nada. A veces con la sensación de no poder.
Me arrastro pesada mientras alzo el vuelo.
Doy un golpe en la mesa buscando solucionar algo a base de fuerza y de determinación, pero no siempre funciona así exactamente. Rebusco paciencia ansiosa. Estoy repleta de contradicciones.
Convivo con la volatilidad, con la arena escapándose de las manos, con la inseguridad del mañana y ese sentir (siempre) demás. Completamente absorta y despistada entre susurros de lo que fue pero ya no, de lo que quién sabe si será, me cuestiono si somos lo que soñamos y si sirve de algo, porque llego a dudarlo aunque sepa que sí. Sigo preguntando al aire porque no me atrevo a hacerlo de otra forma. Sigo retrasando decisiones que debería tomar y comiendo sin límite las patatas fritas de bolsa aunque sepa que me sentarán mal.
Tan empeñada en arañar el minuto presente llego a olvidar, tan solo por unos instantes, que yo también tengo miedo.
Y no pasa nada.