En analógico
Los lugares adquieren significados que cambian casi tanto como el color de los árboles en esta época del año. Barcelona era una cosa y desde hace un tiempo es algo más parecido a casa sin serlo, siéndolo. Esta semana he tenido conversaciones que ojalá poder haber grabado porque quiero guardarlas conmigo siempre. Las palabras también son como faros y dan la luz justa para no acabar estampado en cualquier orilla que no es la tuya.
Mientras recorría avenidas en las que siempre me confundo de dirección pensaba en lo curioso que es cómo a veces los miedos y las pasiones salen a bailar la misma canción. Y en cómo la claridad y la duda se llegan a rozar tanto que parece que se besan.
Me paro porque siento que ese silencio me da poder mientras ocurre y disfruto lo analógico. Qué bonito es lo que se puede tocar, lo que está sucediendo, el humo que sale de una olla con unos spaghetti cocinándose lento, el olor a café recién hecho o poder leerle esto a alguien antes de publicarlo. Lo que pasa es lo que es, lo que está pasando es lo que acaba por darle a la claridad una batuta que ojalá sepa usar.
Barcelona puede ser también un lugar recóndito de Alabama, la guerra de Vietnam, París en los años 20, Nueva York en otoño o un atardecer en Roma.