El tiempo que (no) se va
Que todo se va menos el tiempo gastado. Que dos miradas atravesándose en mitad de un baile se quedan en el espacio en el que nada de lo que sientas se desvanece. Que ese espacio está más lleno de gestos que de palabras. Palabras hay las justas para cambiar una vida. Esas que hicieron que te quedases o te marchases definitivamente.
—Y te vuelvo a mirar, como si fueses a desaparecer. Y entonces empiezo a escribir en papel, vuelvo a agarrar el boli y me rompo de alegría y de llanto en el cuaderno que ahora ya se termina. Se acaba y permanece.
Que todo se va menos el tiempo gastado porque cada milímetro de piel recuerda, de forma inevitable, cada instante acariciado y recorre, sin complejos, nuevos mundos para seguir gastando segundos disfrutando de cada caricia.
—Y te vuelvo a sonreír en alto mientras nuestras miradas se atraviesan y se quedan suspendidas entre espacios infinitos. Nada más cierto que el tiempo gastado, que yéndose nunca se va. Nada más desdibujado que el tiempo por gastar.
Esto de Idea Vilariño sobre la magia de la impermanencia y el suspiro de lo efímero: