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El árbol sigue en pie
Nací en 1994, el año que Mariah Carey lanzó ‘All I want for Christmas is you’ y cambió nuestras navidades para siempre. O más bien las inundó de ese entusiasmo hortera que todos necesitamos a veces. Saltitos, brillos y estribillos pegadizos. Qué queréis que os diga, tenía mi destino muy escrito.
Ese mismo año, en mi casa, mis padres decidieron comprar un árbol gigantesco —de pequeña me lo parecía todavía más— y montarlo conmigo colgada mientras una cámara de vídeo, también gigante y noventera, nos grababa.
Desde entonces, el puente de diciembre montamos ese mismo árbol juntos y hace 19 años se unió mi hermano. Hemos cambiado los adornos un montón de veces, hemos debatido sobre el mejor lugar para colocarlo, e incluso ha estado en tres casas distintas. Pero el árbol sigue ahí, impertérrito y mirando a los ojos al paso del tiempo —tenemos la creencia de que tiene pelito verde infinito, de verdad que es imposible—.
Solo he fallado dos años: cuando estuve de Erasmus en Milán y cuando viví en Londres. Esas dos veces hubo videollamada en directo para que yo pudiese dar mi opinión acerca de los huecos que quedaban entre bola y peluche colgante. Una, que desde la distancia, ve con mejor perspectiva.
Cambiamos la cámara de vídeo con cinta por una digital y hemos acabado grabando con un iPhone. Los adornos eran muy dorados y esperpénticos al principio y ahora nos gusta el estilo nórdico, con tonos madera y rojos. Yo he crecido más de metro y medio, y mi hermano pasó de gatear a ser más alto que yo. Mi padre y yo nos hemos puesto gafas y mi madre está más rubia. Ahora en los vídeos sale una perra saltarina que se carga los adornos y que nos ha robado el corazón.
Así que, perdonadme aquí todos los haters de la Navidad, los que estáis cansados de este fomento desorbitado del consumismo y del agobio que supone que cada vez pongan los turrones en el supermercado antes. A mí tampoco me gusta eso, la verdad. Pero es que la Navidad es lo que tú quieres que sea, ¿de verdad te lo va a decir un anuncio?
Yo me he empeñado en seguir creyendo que hay algunas cosas que acaban bien —o que no acaban—. Que hay tradiciones que no tienen porque desaparecer. Que hemos creado algo más fuerte que la vida misma. De hecho, me gusta inventarme nuevas con la gente que aparece en mi camino: bienvenidas cenas sagradas, ir a patinar o el regalo de solsticio, por no llamarlo amigo invisible. Como queráis, pero dejadme con mi cursilería, mis compras la mañana del 24 pensando en la cara de las personas a las que les va a llegar el regalo, mi calendario de adviento de chocolate, mis pelis que sé el momento exacto que me harán llorar. Necesito permitirme alguna certeza y saber que Hugh Grant llegará a tiempo me hace feliz.
Supongo que, aunque la nostalgia de lo que ya no será a veces me atrape también, me gusta creer en la magia. Y estoy convencida de que creer en ella hace que exista. En presente.
Todo tiene un poco más de sentido cuando, por mucho que hayan pasado los años, me compro un billete de tren para ir a mi casa y montar el árbol. Como cada Navidad desde 1994. Todo ha cambiado, pero nada ha cambiado. El árbol sigue en pie.
Seguimos.
Hasta este año de mierda. Sobre todo este año de mierda.
*Recibirás esta carta mientras estoy montada en un tren camino a casa. La he escrito en el supermercado (verídico) en notas del teléfono porque entre la estantería de la leche y los yogures me vino la inspiración. Hemos llegado hasta diciembre juntos.