Dos lecciones rápidas
Me he dado cuenta de que donde más escribo es en los trayectos. Cuando voy en coche me vienen todas las ideas y si no estoy conduciendo acabo mareada por apuntar todo en las notas del teléfono. Me pasa en el tren y me ocurrió volviendo el miércoles desde Mallorca.
Justo antes de despegar, en el asiento de delante de mí y en el de detrás, dos chicos que parecían ser familia comentaban la jugada:
– ¿Tú crees que se verá igual?
– No lo sé pero va a ser chulísimo seguro, que nos ha tocado ventanilla. Qué suerte.
– Pero oye grábalo, eh.
– Sí, sí.
El avión despegó mientras uno grababa y compartían ese momento que denominaron increíble. Yo, que estaba fastidiada porque los airpods no tenían batería, de repente me vi con una sonrisa en un vuelo cortito y sin aparente historia.
Saqué dos lecciones rápidas: hay veces que tienes que quitarte cosas de encima para llegar a escuchar los detalles, que a susurros, son capaces de cambiarte un día. Vamos tan empecinados que nos alimentamos con chutes de evasión cuando a veces no evadirte y estar presente te hace ganar perspectiva. Hablamos mucho del ruido, pero qué maravilla lo que ocurre algunas veces cuando se hace el silencio. Y cómo ese silencio grita.
La segunda fue mejor todavía: si antes hablaba de quitar, ahora usaría la palabra poner. Ponerse las gafas del que hace las cosas por primera vez, de la ilusión de las salidas y de la fascinación del que descubre algo nuevo. No perderla. Sentirte afortunado por cada vez que logras desbloquear esa novedad, con lo más ínfimo. Buscar la inocencia: es posible que ser infantil en la ilusión sea la llave de la supervivencia de una adultez que tiene mucho de decepciones y de expectativas incumplidas.
No somos más que un manojo de dudas con unas pocas certezas, al menos sigamos disfrutando.