En un recorrido de autobús de 6 horas volviendo desde Sa Pa hasta Hanoi me di cuenta de que no tenía nada que hacer. Eran las 4 de la tarde, era lunes, habíamos estado en el pico más alto de Vietnam y estábamos de camino a pasar una noche corta antes de tomar el siguiente avión. Me recosté en la cabina (estos autobuses son de dormir) y de lado miraba por la ventana el paisaje que se dejaba ver desde la carretera. Me puse los auriculares, estiré las piernas y pensé que llevaba días sin ordenador por primera vez en 4 años y era extraño y liberador: nadie estaba esperando que respondiese un correo pero lo mejor era que yo no estaba pendiente de eso, así que si alguien estaba esperando definitivamente no era mi asunto. En ese autobús no era periodista, relaciones públicas, freelance. Era yo ahí estirada con aspecto dudoso pero con los ojos abiertísimos y una tranquilidad que me mantenía despierta como queriendo saber qué sucede cuando se está tan tranquila. Pensé mucho en mi pasado y en cómo estoy ahora.
Hace más de una década coincidí con unas chicas en la universidad (en ese momento eran eso: unas chicas) sin las que hoy me sería imposible entender mi vida. Unos 12 años después estamos en Vietnam pero podríamos estar en cualquier otra parte del globo y sería igual de divertido.
Me he enamorado del caos de Hanoi, de comer en una esquina en la calle en sillitas mini, de las bicis en Nin Binh, de la vida de veraneo montañero en Sa Pa, de como nos jugamos la vida entre arrozales o funiculares, de los colores de la comida y las flores, de la vida de otro siglo en Hoi An, de ese ser aventureras pero no tanto, de nuestras siestas, de nuestros ratitos en silencio (pocos) y de la verborrea sin fin.
Hemos hablado sobre querer ser madres o no, sobre querer comprar una casa o no, sobre la familia, los problemas y la ilusión por vivir. Sobre el desamor, la monogamia, la diversión y la tristeza. Sobre planes futuros y sobre nuestra forma de vivir atolondradas en el presente. Sobre mariposas y margaritas blancas. Sobre colibríes. Sobre el miedo a morirnos, sobre sentirnos jóvenes y sobre qué pasará en la vejez. Nos hemos tomado cerveza, cacahuetes, papas de gamba, nos hemos embarrado hasta arriba, nos hemos dado algunos golpes, hemos sudado, nos hemos muerto de risa de las situaciones y de nosotras mismas, hemos inventado un lenguaje propio. Hemos hablado del amor porque lo hemos tocado con nuestras manos en cada conversación que hemos tenido y en cada etapa en la que nos hemos acompañado.
Este viaje es el cierre de algo: un viaje que tuvimos que cancelar en pandemia y que ahora con nuestra vida completamente distinta hemos decidido hacer juntas. Y si algo creo que hemos aprendido, cada una a nuestra manera, en estos cuatro años es que las decisiones se encuentran en el alma de cualquier avance. Decidimos bloquear tiempo juntas, evadirnos de lo demás, dedicarnos estos días enteros y acabamos avanzando entre el caos, vale para Vietnam y para lo que nos toque a partir de ahora.
Así que disculpa, no te escribí el viernes pasado porque estuve ocupada haciendo nada.
Cosas bonitas de esta semana:
He pisado por primera vez Vietnam.
He llorado de risa con tales tonterías que he vuelto a creer en la alegría.
He probado mil cosas: los noodles en el pho, las rice pancakes, el café con coco, arroces variados, salchichas.
Hemos hecho Pekin Express: trekking, bici, barco, aviones.
He hablado por los codos y me he disfrutado en silencio aburriéndome.
He pasado una noche en un autobús con cabinas de dormir (nunca lo había hecho antes!!!).
He pasado mil horas hablando con mis amigas.
Me he hecho un vestido a medida en una tienda de Hoi An y me ha encantado la experiencia de diseñadora.
He hecho cata de cervezas locales vietnamitas.
He dormido la siesta mirando las montañas desde la cama.
En el avión vi pelis preciosas: The Holdovers y C’è ancora domani.
No llevo el ordenador encima y no ha muerto nadie.
Se publicó un artículo que llevaba tiempo preparando con ilusión: conexión Madrid-Buenos Aires.
Leí esto de Rosa Montero después de haber tenido una conversacion sobre el miedo a morirnos.
Un momento concreto: tomar una cerveza en la esquina del hotel de Hanoi repleta de gente sintiendo que no estaría con otra gente en otro lugar que no fuese este soñando con quedarnos así siempre, siendo nosotras y con mil ganas por todo y con el tiempo necesario para estar juntas.
Es un no hacer nada de lo más provechoso. Suena muy bien la experiencia. Las risas, la complicidad, la energía, son contagiosas.
Qué bueno ese viaje. Os acompañará siempre.
Cada palabra siento que la vivo contigo. Nunca dejes de vivir tan plenamente (y tampoco de esrcribir!!!!) 💗 disfruta mucho de la magia del sudeste asiático, cambia vidas!!