De preguntas
Hay un momento de lucidez adormecida en el que te sientas en el balcón a ver caer la noche y te inunda una paz que confiere espacio sin juicio a la imaginación.
Pienso en si el carril bici llegará al mar. Si el niño del patinete es feliz en el colegio. Si ese señor con su perro mañana trabajará en un lugar que le guste. Si las personas que van en el taxi a toda velocidad tienen de verdad prisa o solo es la vorágine vital. Si el que pita ha tenido un mal día. Si los de la ventana de enfrente ya han cenado. Si están contentos en su casa. Si Barcelona en agosto tiene encanto entre bikinis de turistas y alguna cara larga sin vacaciones. Si la pareja que pasea de la mano estará diciéndose que se quiere. Si el grupo de amigos que sale de cenar irá a otro sitio luego. Si se conocieron aquí. Si las bicis tiradas las tiró alguien. Si somos quienes somos solo por nosotros o por quienes nos rodean. Si se puede ser bueno y ya, solo siendo bueno.
Ayer entre vermús eternos y las bravas que Nadia siempre me obliga a comer cuando salimos a cenar nos preguntamos más que nunca y reflexionamos sobre si ser adulto era esto. Nadie nos había avisado que vives lleno de interrogantes con incapacidad crónica para responder, y que hay ciertos miedos, perennes, porque tienes algo que perder. Sientes que pierdes cosas cuando antes todo era más ligero.
Me pasé una hora en el balcón viendo pasar a gente mientras me preguntaba. Quizás ellos también lo hacían. Quizás no haya nada más humano que preguntar y seguir nadando porque hay respuestas que no llegan exactamente como deseamos. Quizás preguntar cuesta tanto como despeja miedos, quizás deberíamos practicarlo más.
Hoy me levanté y me fui a Paradero, una cafetería en la que siempre te saludan con una sonrisa y un “qué tal tu día”, que es también una pregunta.