El viernes pasado a la medianoche me subí a un avión dispuesta a venir a un país en el que nunca antes había estado. Soñaba con venir a México quizás desde que en mi casa sonaba Luis Miguel a todo trapo y de eso hace más de 20 años. Siempre pensaba en cómo sería un país tan gigantesco en el que hablan nuestro idioma y a la vez tienen el suyo: sigo descifrando y descubriendo.
En el avión me senté al lado de Isabel y de Josua. No cruzamos palabra hasta que, cuando quedaban un par de horas para llegar, empezamos a hablar y descubrimos que tenemos la misma edad y que ambos, por diferentes circunstancias, conocían a dos personas que yo conocía. De un avión con más de 200 personas que vuela a México un viernes de enero, ¿qué posibilidades había? Poquísimas pero pasó.
Las mismas de que Nadia y yo nos cruzásemos, trabajásemos juntas y nos hiciésemos amigas. Acabamos en México por una conversación de WhatsApp de esas de una hora seguida en la que nos dimos cuenta, por enésima vez, que la vida se nos pasa. Decidimos comprar un billete de avión en septiembre. Y aquí estamos: cruzarse el océano por alguien sigue siendo emocionante.
Algo que estoy amando de México es redescubrir una cultura que yo creía que conocía: nuevas palabras, comida que nunca había oído antes, formas cariñosas, bromas y una espiritualidad que me atrae como la luz a las moscas.
El domingo, en un mercado de Monterrey, me paré a ver unas figuritas de madera de colores. Animales extrañísimos que no llegaba a identificar. Nadia me contó que se llamaban alebrijes y que su existencia se debe a un carpintero que cayó enfermo, con fiebre muy alta, y se durmió tan profundamente que lo creyeron muerto. Una suerte de milagro lo despertó y cuando abrió los ojos dijo haber soñado con un bosque lleno animales de colores únicos que tenían la cabeza y el cuerpo de diferentes especies: los llamó alebrijes.
Pedro, el carpintero, se hizo famoso por unas figuritas que solo él había visto y hoy los alebrijes son parte de la cultura mexicana. Existan o no, en realidad existen porque alguien los imaginó. Definitivamente, siempre tenemos que hacer algo con nuestros sueños. El arte, de cualquier tipo, se multiplica cuando lo compartes (como cualquier otra cosa).
Un día me imaginé pisar México y aquí estoy, con todas las posibilidades ínfimas de que ocurriese. Voy a seguir comiendo tacos, haciendo cata de mezcal y cazando alebrijes. Voy a seguir esculpiendo mis propias figuritas, las que solo veo yo, con la esperanza de que algún día acabes viéndolas tú también.
Pásalo bien!!!!!♥️♥️