De música ligera
Este mes de abril sin ningún otro motivo más allá de hacer lo que me apetece va a ser algo diferente.
Echo de menos viajar casi tanto como respirar. He aguantado lo que he podido pero me muero por hacer una maleta con rumbo de ida y a ver qué pasa. He tenido la suerte de haber vivido estos años unos cuantos viajes que me han flipado y me han dejado una marca imborrable en lo que soy ahora. Así que allá va mi homenaje a esos lugares al otro lado del mundo en los que encontré un trocito de mí.
#1 Buenos Aires
La primavera acababa de llegar y la ciudad despertaba del letargo del invierno. El sol asomaba y unos grados de más eran suficientes para tener ganas de vivir fuera y empezar a pensar en esa vida tan irreal como vida que es a veces el verano (o siempre). Llegué habiendo ya llegado porque Buenos Aires formaba parte de mi vida y porque tenía fotos de que había estado con 4 años. Ni que decir que no recordaba nada.
Me senté en una esquina de una cafetería repleta de gente un viernes cualquiera por la tarde. Me preguntaba qué era lo que hacía que aquella ciudad me estuviese continuamente provocando. Quizás los recuerdos que nunca fueron pero que traspasan generaciones o la extraña sensación de estar en casa a pesar de estar a 10.000 km de la propia. La calidez de su desastre, la tranquilidad de su caos. Me preguntaba si también era eso lo que me atraía de las personas.
Buenos Aires es azul cielo. Es frenetismo y es la sensación de que puedes encontrar la soledad en cualquier esquina, pero que llegarás más lejos acompañado. Y te acompañarán. Encontré a Tano Verón y perseguí sus carteles por Palermo, me compré libros de segunda mano en lugares centenarios y los leí en cafés donde Lorca y Neruda charlaban. Trabajé en el escenario de un teatro convertido en librería. La cafetería del Ateneo sigue pareciéndome surrealista. Probé sabores que conocía sin conocer. La fugazza con fainá. Paseé por mil rincones y descubrí que las mejores empanadas siempre están en el sitio en el que nunca hubieses entrado. El bife de chorizo es mi corte favorito de la carne y me apunté a todos los quilombos. La familia siempre se hace y tuve la suerte de encontrar a una tribu.
Me enamoré perdidamente de esa capacidad de contarlo todo y de interesarse por el mínimo detalle. Pregunté más ‘porqué’ que nunca. Practiqué el arte de querer saber más. Fui a ver a Mafalda a San Telmo y me reí hasta morir porque no hay nada mejor que reírse de uno mismo. Me di cuenta de que ser pasional hasta la médula es una virtud. Y grité para decir ‘te amo’ (que no te quiero). También vi un espectáculo de tango y cené un kebab a las 7 de la mañana. Me atiborré a Mantecol y a Milka con dulce de leche. Desayuné muchas medialunas sola porque la magia del tiempo contigo es tuya y solo tuya.
Acabé en el estudio de Soda Stereo. Y en un taxi de vuelta he experimentado la mejor sensación que se puede tener: la vida es maravillosa.
En mis auriculares suena ‘De música ligera’.