Como si su movimiento fuese un milagro
Levanté mis manos mojadas por el sudor mientras estaba recostada en la colchoneta de aquella sala oscura. Terminaba una hora de deporte con música altísima y la sensación de que sudaba también emociones variadas y líquidas, deseosas de salir de mi cuerpo. La clase había empezado con ‘Me voy’ de Julieta Venegas, canción que se fusionó con ‘Me rehúso’ de Danny Ocean, una auténtica obra de arte.
Allí acostada, bajando pulsaciones, observé aquellas manos imperfectas (las mías), con las uñas oscuras, algún lunar presente y la luz de la única ventana de sala atravesando mis dedos. Era aquel final, a las 8 de la mañana, un momento lo suficientemente silencioso para apreciarlas.
Con mis manos puedo tocarme el pelo, acomodarlo, aplaudir al final de un concierto, agarrar la taza de café caliente, abrazar a alguien como símbolo de despedida o de reencuentro, en general, puedo usarlas como símbolo. Recuerdo cuando eran menudas, más suaves, cuando no tenían lunar. Seguí mirándolas y moví los dedos lento. La luz cambió e iluminó otras partes antes oscuras. Ya no escuchaba la música porque me estaba escuchando a mí. Una vez, tenía sólo dos años, me contaron que metí la mano en una sartén de aceite hirviendo.
Tuve el brazo vendado un tiempo y, por suerte, no ocurrió nada más: las heridas curaron solas con el paso del tiempo. Las manos crecieron tanto como lo hice yo y sobrevivieron tanto como para traerme a este instante: recogieron lágrimas, ataron cordones, sujetaron vasos, agarraron tenedor y cuchillo para comerse el mundo y lo que viniera y me sirvieron para escribir esto, a papel y boli, pero también para teclearlo y poder enviártelo en forma de mail.
Esta semana he leído a Manuel Vicent, que hablaba sobre el paso del tiempo y acababa diciendo que “mientras estés vivo serás inmortal” y yo esta mañana pasé a mirar mis manos como si su movimiento fuese un milagro que gritase sin mediar palabra: “hemos llegado hasta aquí. De momento, somos inmortales”.
Cosas bonitas de esta semana:
El viernes me dormí 9 horas de 10 en el avión.
Aterricé en Madrid y me fui a ver directamente una expo de Román De Castro, artista mexicano al que conocí en Ciudad de México el año pasado.
De ahí salté a la fiesta de cumple de 30 cumpleaños de Sofi y nos reencontramos. También estaban Mar y Sandra. Y Pili se inventó canciones y yo me morí de amor comiendo tortilla de patata y chistorra para acabar, dónde sino, en Casa Brava bailando y comprobando que hay cosas que es maravilloso que no cambien.
Puse en orden mi vida, comí en casa, compré en el supermercado.
Vi «Past Lives» y lloré a cuajo. Qué belleza. Qué fuerza hay en las historias de los que nunca llegó a ocurrir. Hay veces que no es pero es, no sé si me explico. Guardé algunos diálogos:
Iolanda y yo reactivamos nuestros planes y conocimos God Café, un lugar que parece ser la casa de diseño que querría.
Cenamos en casa juntas otra vez.
Desayuné con Ixone y acabamos casi a gritos de emoción a las 8.30am.
Mi nueva profesora de KO es brasileña y me pone funky do Rio para entrenar. Universo, entendido.
Andrea y yo arreglamos el mundo y decidimos un viaje con un par de vinos en Vinology (muy guay, tenéis que ir!!!)
Me apunté a clases de portugués (ilusión).
Marta y yo tomamos aperitivo nocturno en Hermanos Vinagre.
He vuelto a comer gildas.
Probamos por primera vez la lúcuma, una fruta peruana, en un postre buenísimo en Llama Inn.
Me reencontré con Alex y Santi y comimos tortilla.
Se hace de noche más tarde y después de pasar mucho frío ayer subieron las temperaturas y eso me hace feliz.
Acabo de estar en una mascletà otra vez y me quiero morir de emoción. Acabo de llegar a casa por Fallas.