Hace justo un año, la noche del 3 de mayo de 2024, el cantante Fito Paéz dio un concierto pequeñísimo en Casa Brava. ¿Qué hacía un cantante como él en un sitio como ese?
Dar una lección de que en la vida hay cosas que se hacen con el corazón. Y que son tan importantes o más que todas las otras: las estratégicas, las que dan dinero, las que nos llevan a ese otro lugar que deseamos. ¿Y si el lugar que deseamos está allá dónde podamos hacer las cosas que sentimos de verdad?
Fue algo inesperado y precioso, tanto como la misma vida, tan puta a veces, tan fantástica otras muchas.
Yo tuve la suerte y el honor de que mi amiga Sofía, y una de las dueñas de casita, me invitase a formar parte de aquello que estaba sucediendo (gracias siempre, Sofi, que sé que me lees).
Fui sola y me senté en una mesa de desconocidos que han acabado siendo amigos. Hablamos de la vida, nos reímos y bebimos más fernet del que se puede contar. También lloramos. Es posible que fuese una de las noches más mágicas que he vivido, así que el día siguiente, apenas a las 9 de la mañana habiendo dormido 3 horas escribí una crónica que mandé al editor jefe de Rolling Stones Latinoamérica y a todos mis amigos de Casa Brava. El editor nunca me respondió y la crónica quedó privada. Hasta hoy, que la comparto aquí, para eso es nuestro backstage. Aquí va: