Aquí y ahora
No sabría cómo empezar a escribir todo esto pero seré breve y concisa: el cielo está aquí y ahora.
El miércoles pasado empezamos cenando en Lambuzo y acabamos hablando de la vida, de lo que sí y de lo que no, y nos bebimos 4 manzanillas, estrenamos una de 9 años y la firmamos (ya lo he hecho más de 5 veces y me parece igual de especial). En esta pusimos: “somos el tiempo que nos queda” que es una frase de Caballero Bonald que me persigue desde hace semanas y que me hace comprar algunos-muchos billetes de avión maravillosos.
Al coger el uber de vuelta a casa nos tocó Juan David, quien nos habló de Jesús y del cielo. Nosotros, curiosos, le preguntamos dónde se lo llevaría si se lo encontrase. Lo que ocurrió después se resume en un abrazo al final del trayecto, que le hizo bajar del coche y dejar su rol de conductor durante 35 segundos.
Ya en casa, lavándonos los dientes, nos imaginamos cómo sería ese cielo de Juan David mientras nos reíamos muy alto porque la alegría es lo que tiene. ‘¿El cielo se parece a esto?’.
La mañana siguiente escuché un podcast de Javier Aznar con Javier Gomá, filósofo, y paré en el minuto 24 en el que Gomá decía: “yo no renuncio, yo aspiro a todo”. Respondí al aire que yo también. ¿Qué es todo? Lo que te dé la gana.
El jueves dimos todos las gracias. Escuché a 14 personas que apenas conocía agradeciendo algo y lo entendí: dar las gracias a la vida da sentido a la vida y no al revés. El viernes se nos descontroló esa misma vida y bailamos todo lo bailable. Improvisamos y descubrí en otras risas una complicidad inesperada y brutal que vino a decirme varias cosas. Una de ellas es que la clave es abrir, no cerrar, que las etapas se acaban cuando te abres a las nuevas. Que el universo responde cuando tú empiezas a preguntar.
El sábado volví a poner tinta en mi piel con absoluta claridad después de haber jugado a las monedas y de haber hablado mucho de pasado y futuro. Entre uno y otro descubrí que no hay nada mejor que el aquí y el ahora. Es que no hay otra cosa.
Por la noche Orión me recordó que estoy algo loca y que tengo al lado personas que también lo están. El vino con la pregunta de a qué hemos venido es un vino solo reservado a los buenos. El frío cortaba y falleció Almudena Grandes mientras mis lágrimas caían en la cama aquella noche porque se iba una parte de mi ser entre las letras de esas novelas. También somos lo que leemos y Almudena decía que la felicidad era una forma de resistir. Luis, su marido, decía que no había nada más duro que aprender a recordarla.
El domingo volvió a demostrarme que nunca es tarde para mantener una esperanza viva: la de encontrar a personas con las que todo encaje sin necesidad de artificio y con las que la transparencia golpee tanto que asuste. Qué viva el destripe que sigue siendo posible después de todo.
Me di cuenta de que el viernes habíamos estado en el Bar Esperanza y habíamos acabado delante de un cartel que rezaba “la vida es hoy”.
Por eso creo en las primeras citas de amigos. Y también en las conexiones inesperadas, en los giros esperados porque los das tú con todas las consecuencias, en las señales de cruce, en seguirlas y en hacer lo que quiero.
No hay nada mejor que lo que está ocurriendo.
¿No es eso el cielo?
Hola billetitos de avión, abrazos, arrebatos, mensajes larguísimos, audios de whatsapp pasaditos, noches confusas, conversaciones surrealistas, vinos largos, patatas fritas de bolsa, pijamas cursis y declaraciones de amor de amigos. También viva los alfajores que me voy a comer.
Bona vesprada y feliz viernes.