Al otro lado habrá alguien
Cuando llego a un país con un idioma distinto al mío pregunto siempre cómo se dice ‘gracias’ porque sé que es la que acabaré usando más.
Llegué a Tailandia el sábado y me perdieron la mochila con toda la ropa. Yo además venía arrastrando unos días encontrándome mal y no estaba en mi mejor momento vital. Todavía no tengo ni idea de por qué vine, pero hace tiempo que me dejo llevar por impulsos y esta vez no iba a ser de otra forma. Así que pasen y vean porque este marzo estas cartas van a ser mi diario de viajes:
Bangkok el sábado quemaba (literalmente). Es calurosa, vibrante, moderna, enérgica. Lo primero que sentí cuando me subí al taxi en el aeropuerto y empecé a adentrarme a la ciudad es la maravillosa sensación de: ¿cómo cojones estoy aquí? Después de una PCR y la espera al negativo en el hotel, me lancé a la primera tienda que vi y compré el vestido que llevaba el maniquí señalándolo. Negro, de tirantes, brillaba un poquito. Perfecto para el calor que asfixiaba y empujaba a hacer-algo-cualquier-cosa.
Lucas, amigo de amigo al que conocí ese mismo día, y vive en Bangkok, me recogió del hotel para dar una vuelta. Fuimos a una azotea para ver la ciudad, al 7-eleven a por la tarjeta SIM, a cenar hamburguesa, a un bar y a otra cerveza que ya selló nuestra amistad. El domingo apareció mi mochila por la noche, pero mientras Lucas ya se había ofrecido a dejarme ropa y nos habíamos ido a recorrer los mercados callejeros, los templos y la orilla del río. Acabé recuperando la maleta horas antes de salir hacia mi siguiente parada: Chiang Mai. Cocinamos milanesas en casa y el domingo por la tarde, a 10.000km de España, aquello se pareció a todo lo que busco.
Cuando estás fuera y estás sola pasan cosas que no pasarían. Hay desconocidos que en horas se vuelven hogar. Conversaciones sobre futuro en un presente que se escapa y se intensifica en un atardecer imposible desde las alturas. Hay dudas y momentos en los que tienes que tomar alguna decisión complicada. Hay manos amigas que sin serlo todavía te acogen y te tranquilizan. Cuentan contigo. Hay planes improvisados con alguien que conociste ayer. Hay quienes te ofrecen ayuda sin preguntar nada, sin querer saber más. Da igual lo que te ocurra porque puede ocurrir de todo, pero aprendes a tener la confianza de que al otro lado habrá alguien.
Y en un mundo de horror como en el que estamos viviendo ahora, sentir la humanidad tan lejos me da un hilo de esperanza sobre lo que somos. Acompañamos, estamos, y lo hacemos porque sí. Porque siendo tan diferentes, somos lo mismo.
Y todo eso me lo llevo, conmigo también, en la mochila de las cosas que no se ven. La que se puede llenar hasta los topes y te puede cambiar la vida.
En Tailandés gracias es “Kop Kung Ka” y siempre se acompaña de una sonrisa.