Ahora no lo callo, ahora lo grito
No es Filipinas, no es Bali, no son los lugares. Es verme a mí haciendo cosas que un día pensé pero ni siquiera creía que sería capaz. Es la demostración de que he sido y sigo siendo valiente y que estoy llena de miedos pero también de ganas de vivir más tranquila con ellos. Porque no se vive sin miedo, se convive con él. Y cuando entendí eso quise hacerle un hueco en mi vida para dejar de huir y enfrentar mejor cualquier sombra.
Leí a Nathy Peluso y sentí que se me encendía el cuerpo con esa sinceridad tan pura de decir: mírame, ahora estoy escribiendo una columna en Vogue.
“Estoy orgullosa de ser valiente. Estoy orgullosa de que seamos valientes. Todo esto te lo deseo, te animo a vivir la catarsis que tengas que vivir para darte todo lo que te tenés que dar.”
Y qué honestidad tiene decir eso de la manera más humilde, celebrándose a ella y a sus logros. Repasando lo aprendido y lo dejado por el camino.
Nunca fue cuestión de un avión o de un viaje, ni de llegar a una reunión sabiendo lo que quería decir, cerrar un cliente, decir que no a otro. Es que mis ojos ahora ven cosas que no veían (y definitivamente no me refiero a paisajes) y mi piel siente más, aun estando lastimada. Es que estaba en Filipinas, en silencio, leyendo un libro y pasando la tarde sin pensar en tener que hacer o parecer algo que no era. Estar sola y estar acompañada me-gusta-tanto-lo-uno-como-lo-otro y ya sobrevuelo la necesidad de explicar el por qué. Estoy dejando compulsivamente (como si fuese una droga) de hacer cosas que no me apetecen y de quedarme un rato más si en realidad prefiero estar tirada mirando el techo. Estoy a punto de escribir una oda a todo lo que estoy dispuesta a perderme por ganarme a mí.
Sigo creyendo que no hay nada mejor que lo genuino. Por eso me gustó Filipinas tanto, porque seguía como en ropa interior, como diciendo que ella está a su bola, durmiendo su siesta y espectacular, que no la molestes, que si quieres que la disfrutes.
Que semanas conmigo tan catárticas entre la tranquilidad, el silencio y el sonido inequívoco del orgullo callado, ese que te hace sonreír de repente, sin contexto, ese que hace preguntarse al de enfrente qué pasará. Ahora no lo callo, ahora lo grito.