La primavera ha explotado y empecé a sentirla en el cuerpo mientras llovía y yo no tenía paraguas. Mi piel respiraba aliviada, no buscaba ya cubrirse, el sol salía al final de la calle y volvía las gotas de lluvia doradas y brillantes. Yo regresaba a casa y, más que andando, iba flotando porque estoy segura de que mis pies no llegaban a tocar el suelo. No pasaba nada pero la música en los oídos siempre ayuda a la imaginación: estaba pensando en todo lo que podría llegar a pasar.
Si hablo cosas brillantes me doy cuenta de que he mirado muchas veces a los ojos e igualmente me sorprendo cada vez que tengo una conversación en la que percibo un destello compartido. Como si las palabras exactas activasen mecanismos, como si de cruzar diez frases pudiese tocar la magia con los dedos. Como si nos pasásemos la pelota de las cosas que pueden pasar a partir de hayamos tenido esta conversación.
Ayer escuchando a Mariana Enríquez robé su pensamiento sobre cuán cierto es que los lugares tienen alma, respiran y hablan. Madrid nunca será el Madrid que fue pero estas calles tienen el recuerdo grabado de todo lo que construí en ellas y me dan la posibilidad de seguir escribiendo. A veces me susurran y otras me gritan porque una ciudad es gigante o diminuta según los hilos que el azar tenga ganas de mover.
Aquella mañana viendo el sol salir podía ser el inicio de otra historia. La enésima conversación emocionante era, sin duda, como si fuese la primera conversación emocionante. Nunca se conversa lo suficiente con gente que se vibra por lo mismo que tú (o por lo que a ti te hace vibrar).
No es que vaya todo bien, es que hay pequeñas señales, un submundo de esperanzas a las que agarrarse. Y eso sirve. Es primavera otra vez.
Cosas bonitas de esta semana:
Me he reencontrado con la gente que más quiero del Planeta Tierra después de dos meses.
Fueron Fallas en Valencia: hacía calor, olía a pólvora, hemos estado fuera de casa 20 horas al día, hemos caminado, bebido cerveza al sol, tirado petardos, bailado, hemos sido niños. Ojalá fuésemos más niños.
Fran vino de visita a Valencia y conoció mi mundo aquí. Comimos paella el domingo y buñuelos y si me lees ya sabes que en esta sección siempre hay algo sobre comer como ‘bonito de la semana’.
Mi hermano y Marina me trajeron de Japón un libro que tiene los frames de la película ‘Mi vecino Totoro’.
Volví a Madrid y hacía, por fin, calor.
Descubrí Magnetismo de Él Mató a un Policía Motorizado y tengo una especie de obsesión transitoria.
Conocí a algunos colegas de Sustancia y nos desvirtualizamos.
Nos juntamos en una terraza el miércoles a las 7 y acabamos comiendo empanadas de carne a medianoche.
Sofi y yo fuimos a ver la presentación del último libro de Mariana Enríquez. Y fuimos paseando mientras el sol bajaba.
Tuve mi primera clase de portugués y sé pronunciar dos palabras más que la semana pasada.
Emilio y yo paseamos por Madrid en moto y él llevaba cacahuetes para la cerveza en el bolsillo de la chaqueta.
Estoy ayudando a Tomás a decorar su casa a distancia y siento que seguimos en Río.
Las conversaciones que tengo con Lucila.